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Uno de los grandes tesoros de Andalucía es la orgullosa gamba blanca de Huelva. Ronea como ninguna en tiempo de ferias y romerías y en estos saraos vale para los del taco y los que quisieran tenerlo. Después de la penúltima feria del sábado de pescaíto, donde ha habido no menos de un millón de marisquilllos clandestinos, este elegante emblema gastronómico se hace incluso protagonista con nombre propio de certámenes tan singulares como la recién inaugurada Feria de la Gamba, la chirla y el boquerón de Punta Umbría.
En el rincón donde gobierna El Niño se celebra este lío ya con cierta veteranía, y con lío de público y papeles; su montaje supera año tras año al anterior.
Bien merece titular ferias e incluso libros este lujurioso manjar para todos los públicos. A quien no le guste la gamba que reflexione 5 o 50 días a ver si dimite como vividor. Y más arriba todavía en esa lista si de producto andaluz va la discusión.
Culinariamente hablando, su finura la hace santo y seña en sí misma, bien sea cruda, cocida, frita o a la plancha, ya que se trata de un manjar indiscutible en todo momento de especial celebración y disfrute. En elaboraciones sigue siendo columna vertebral, tanto que siguen usando su nombre en platos en las que en numerosas ocasiones no se encuentra presente, caso de las gambas rebozadas o en gabardina, las gambas al ajillo o la ensaladilla de gambas. Es habitual ser engañosamente sustituida por productos similares pero de considerable peor calidad, sabor y, por ende , menor precio.
En el enjundioso mundo en que vivimos hay que estar "aliquindoy", porque nuestro preciado tótem de refinados y largos bigotes, es habitualmente reemplazado sutilmente por otra gamba de similar aspecto pero de finura o sabor claramente peor. Las cosas raramente toman fundada fama por un incierto avatar del destino, salvo cuando se trata de truculentos enredos histórico-políticos, donde la pluma del escribiente o la talega del mecenas de turno han sido los que dejan para los anales la versión más conveniente para el pagador. Así, los ingleses han sido los habituales redactores de la historia y así nos ha ido, salvo para la gamba blanca de Huelva. No es casual su fama, ni infundada. Es absolutamente meritoria y hasta mágica, ya que por tiempo que pase o producto nuevo que salga, hace junto al jamón ibérico de bellota, un matrimonio encantador que difícilmente se separa y que permanece en lo más alto del olimpo gastronómico. Y siempre de feria como los turroneros.
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