La caja negra

La profecía de Soledad Becerril y el riesgo de vivir sin memoria

  • Nos negamos a vivir sin exigir justicia y nos negamos a darles las gracias por el mero hecho de que hayan dejado de matar

Soledad Becerril en la calle Don Remondo en octubre de 2011

Soledad Becerril en la calle Don Remondo en octubre de 2011 / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

Nos citamos en la calle Don Remondo menos de veinticuatro horas después del comunicado de ETA de aquel 20 de octubre de 2011, cuando la banda anunció el fin de los atentados con esa insolente expresión de "superar la confrontación armada". El lenguaje, siempre el uso estúpido, malintencionado, cruel y, por supuesto, provocador del lenguaje de estos lobos que aquella jornada se revistieron de piel de cordero. Soledad Becerril estaba fría, triste, meditabunda... Hablaba poco. Por Don Remondo pasa poca gente. El ambiente no contribuía a generar calidez. Quizás por eso los mataron allí, porque no habría testigos, porque es una calle de ubicación privilegiada, pero discreta en comparación con Mateos Gago o Alemanes. Hicimos unas fotografías. Algún vecino pasó, la saludó al reconocerla y afeó el insuficiente comunicado.

Hay analistas, no sólo políticos, que quieren que "normalicemos" la presencia en las instituciones y en nuestras vidas de etarras, filoetarras, herederos de Bildu, legatarios de una panda de criminales, como se les prefiera llamar. Nos piden que "normalicemos" cuando en realidad lo que quieren es que traguemos. Y hay que tragar tal como demandan ellos, pusilánimes y egoístas que pretenden que no recordemos más a nuestros muertos. Ahora somos nosotros, ironías del destino y del oportunismo de la política de baja estofa, los que somos vistos como una suerte de colesterol de la democracia, porque se nos ocurre exigir las tres condiciones que no se han cumplido: pedir perdón, contribuir al esclarecimientos de cientos de atentados y procurar indemnizar, reparar y compensar los asesinatos a sus familiares. 

Soledad Becerril proclamó una profecía: "El comunicado es insuficiente. Porque si bien manifiesta una intención de no matar, no hay ni un mísero recuerdo para las más de ochocientas víctimas y sus familias. Y se ve claramente el objetivo por sentarse en las instituciones democráticas. El comunicado está motivado por ese objetivo, quieren concurrir a las elecciones y desde el Parlamento, como ya hacen en el País Vasco, defender principios contrarios a la libertad, la justicia y la democracia".

Se sentaron en las instituciones, sí. Y algunos quieren que les demos las gracias, que los aplaudamos, que nos felicitemos de tamaña hazaña... por la paz. ¡Qué pesados son estos tíos que exigen justicia, memoria y dignidad! Hay que pasar página, dice siempre el egoísta. No podemos anclarnos en el pasado, proclama quien pinta el futuro de colores por su propio interés. No podemos mirar siempre atrás, grita el buenista, optimista de catálogo y abonado al argumentario bobo. 

Soledad habló poco esa mañana. Nos quedamos bajo el azulejo, convertido en uno más de los que exhibe esta ciudad para rezar a deshoras. "Me duele muchísimo, como alcaldesa de Sevilla que fui, que no haya un recuerdo para las familias destrozadas. Nada, ni una palabra de piedad, ni de petición de perdón, ni nada de nada. Aun cuando dicen que no matarán más, el comunicado es insuficiente. Sólo buscan meterse en las instituciones para seguir gritando por sus objetivos".

Todo se cumplió. Doce años después de aquel comunicado, las reflexiones de aquella alcaldesa siguen plenamente vigentes. Sí, se presentan a las elecciones y logran sueldos públicos, pero no son ejemplares. No hay que darles las gracias, no nos han hecho ningún favor. La normalización que algunos cacarean debe consistir en que un presidente del Gobierno lamente públicamente el suicidio de un etarra en una prisión y que gobierne con el apoyo de quienes causaron tanto sufrimiento en la sociedad española, con quienes se jactan de tener en jaque al Estado y con quienes rinden homenaje a los terroristas. No hay que darles las gracias por haber dejado de matar. No podemos vivir sin el valor de la memoria combinado con la necesidad de la justicia. Hacerlo entrañaría demasiados riesgos. No se trata de rencor, sino de suscribir la petición de Carlos Amigo, el arzobispo valiente en la homilía pronunciada en el funeral de Alberto y Ascensión: "No nos podéis pedir que renunciemos a la Justicia".

Hay demasiadas víctimas a la espera del bálsamo de la justicia. Y demasiados egoístas que pretenden callar, orillar, marginar y hasta señalar a quienes la reclamamos. Vivir sin memoria y sin el anhelo de justicia sería condenarse a hacerlo callados. Y aquí la única condena es no encontrarnos más con dos vecinos honrados, como lo hacíamos en tantos sitios de la ciudad, y asumir que hay una calle a los pies de la Giralda en la que siempre sopla el frío de enero en la ciudad del sol. Por la que hace 25 años que pasamos y musitamos una oración por las almas de dos inocentes.