XXxII festival iberoamericano de teatro Crítica de teatro

Capa a capa

Una escena de 'El corazón de la cebolla', de Malayerba.

Una escena de 'El corazón de la cebolla', de Malayerba. / fito carreto

El grupo ecuatoriano Malayerba desnuda, capa a capa, los secretos del alma humana en El corazón de la cebolla, una obra basada en un fragmento de El tambor de hojalata de Günter Grass, que Arístides Vargas, junto a los actores de la compañía, ha trabajado hasta convertirlo en una pieza dramática de indudable interés. El público que asistió a la representación del pasado viernes en el teatro Tía Norica se enfrentó a un espectáculo cuidado y bien construido, que cuenta, además, con el aliciente de la música en directo.

El pequeño comedor de un apacible restaurante se convierte en el lugar propicio para el encuentro de una serie de personajes unidos por el deseo de comunicar sus sentimientos. Las viandas que se sirven en el lugar se convierten en el símbolo de las relaciones que unen a estos personajes: sandía para el amor, cebolla para los vínculos familiares y un banquete para representar el amplio abanico de relaciones que pueden surgir entre amigos. Estos menús de emociones sustentan también las tres partes de la propuesta. En las dos primeras, el tiempo parece congelado. Todo se para alrededor de la conversación entre los tímidos enamorados, entre los amantes locos, entre una mujer sola y el fantasma del hombre que la dejó, vivo aún en su imaginación. Todos mordisquean sandía: rojo pasión. También se detiene el tiempo para que se produzcan las amargas confesiones familiares: violencia, incomprensión y miedo ante un plato de cebolla roja como remedio para llorar. Pero cobra ritmo, no obstante, la tercera parte. Los amigos se reúnen, discuten, bailan, se divierten, se cuestionan sobre sus vidas, y poco a poco, se van desprendiendo de capas de ropa para intentar ser ellos mismos.

El trabajo actoral es destacable, convincentes los actores que interpretan varios personajes, acertado el dueño del local que ejerce de maestro de ceremonias. Igualmente lograda la escenografía: el restaurante se transforma rápidamente, aprovechando los interludios musicales, para convertirse en austera taberna o sala de celebraciones.

Malayerba acierta con una propuesta muy trabajada que destila sensibilidad. Una pena que el público -en su mayoría participantes del festival deseosos de volver al hotel tras una larga jornada- los despidiera con tibios aplausos.

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