DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Miguelín

UNO de los refranes que más tiempo me llevó comprender y aceptar avisa: "Dime de qué presumes y te diré de qué careces". Antes de entenderlo, yo presumía una barbaridad; ahora, para no levantar sospechas ni dar pistas, me callo a veces. Y es que con los años he descubierto la socarronería clarividente del refrán. Después de ver a los políticos en acción, me parece ya una verdad indiscutible. De lo último que ha presumido Zapatero, échense a temblar, es de que el futuro de España es como el niño gigante del pabellón español en Shanghai, bautizado Miguelín, quizá en homenaje al ministro Miguel Sebastián, porque a San Miguel de Aralar no me pega que sea.

Se trata de un muñeco que representa a una criatura de seis metros y medio, medio articulada. En la estela de las muñecas de Famosa, hace diversas gracias, como reírse. Es de suponer que, ante las profecías de Zapatero, Miguelín se haya partido el bazo de risa, puesto que llorar no llora.

Pero yo no quería hablar tanto de España en general (tenemos todo el otoño caliente por delante) como de Miguelín en concreto. Aunque la gran idea, por el tamaño, ha sido de Isabel Coixet, el artefacto fue fabricado en el taller Amalgamated Dynamics, de Estados Unidos. Esto es significativo por dos motivos. Primero, porque pone en evidencia la retórica de los campeones nacionales y la industria española, oh, oh. Teniendo en cuenta el aire que se da Miguelín a una falla de Valencia, el Gobierno podía haberlo encargado a unos artistas del lugar. Segundo, porque cuando uno se entera de que los de Amalgamated Dynamics son los creadores de Alien o de los seres de Starship Troopers, se explica ese aspecto inquietante de Miguelín, como de muñeco diabólico disfrazado de modelo de Nenuco.

Yendo más al fondo del asunto, qué poco conocimiento de la verdadera esencia de la infancia y de estética demuestra Miguelín. Un niño es importante por su pequeñez e indefensión. Quien tiene un bebé en los brazos está convencido de que más grande no podría ser. Tampoco se convierte nada en objeto artístico por reproducirlo a lo bestia, ni por hacerlo muy pequeño, en plan el niño Miguelín tallado en un grano de arroz, que también se le podía haber ocurrido a alguien como homenaje a China. En cualquier caso, la clave está en la presunción, y en las carencias que demuestra. Que el pabellón del Reino de España y su presidente a la cabeza hayan hecho bandera de un niño inmenso, cuando aquí se acaba de aprobar la ley del aborto y somos un país donde las ayudas a las familias brillan por lo raquítico, es, como poco, chocante. Seis metros y medios de chocante.

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