De poco un todo

Enrique García-Máiquez

Caso Costa

PARA el observador de los movimientos sociales, qué interesante el cambio en la opinión pública alrededor de la figura Ricardo Costa, defenestrado número 2 del PP valenciano. El hombre tenía una aureola de pijo de chiste que echaba para atrás. Pero a medida que los intentos de hacerle cabeza de turco de la trama Gürtel avanzaban, iba saliendo en las fotografías más y más desmejorado y ojeroso. El público ha visto cómo pasaba de maniquí (que no le gustaba) a muñeco del pim-pam-pum (lo que le ha gustado menos). Lentamente, las simpatías del respetable han girado y se han puesto de su lado. Tratemos de explicar por qué.

Ricardo Costa se ha resistido (lo poco que ha podido) a las exigencias de autoinmolación de sus jefes. El poder de los aparatos de los partidos es tal que cualquier intento de rebelión es percibido como un grito de libertad y como una lucha desigual entre Goliat y David. Justo entonces, el subconsciente popular empezó a verle al perfil griego de Ricardo Costa, que hasta entonces había podido resultar hasta insultante, un aire al David de Miguel Ángel. Los dibujantes de tiras cómicas han cogido el parecido al vuelo. Sin embargo, aquí Goliat ha acabado aplastando a David de un manotazo y mostrando su cabeza como trofeo. Un trofeo contraproducente, porque el personal tiende a ponerse del lado del débil y el vencido, y más si llora, como ha sido el caso.

A Costa se le ha intentado usar de chivo expiatorio, esto es, cargarle con las culpas de toda su comunidad o grupo. Esto funciona así: se escoge con cuidado una cabeza de turco, se le responsabiliza de todo y se le sacrifica públicamente o se le expulsa, para que se perciba que se han tomado todas las medidas. Si el mecanismo funciona, se entra entonces en una nueva era de transparencia e inocencia.

Pero no funciona. En parte, porque el propio Costa se ha negado a reconocerse responsable y mucho menos único. Mientras le conducían a empellones al cadalso, ha dejado caer mal veladas acusaciones contra sus jefes y su partido.

Además, el rechazo de la opinión pública al mecanismo del chivo expiatorio es muy contundente. Como explica René Girard en un libro imprescindible de tronante título, Veo a Satán caer como el relámpago, incluso nuestras sociedades secularizadas están transidas de cristianismo y rechazan con firme instinto de justicia esa engañifa. Ha calado hasta el fondo de nuestras almas la advertencia: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra", y nos repugna ver a los apedreadores escondiendo sus culpas detrás de su violencia.

Si Costa estaba contaminado, como parece, bien está que se vaya, pero es imposible que fuese el único culpable. El fracaso de este rito sacrificial es una buena noticia. Las responsabilidades penales y las políticas han de dirimirse ante los jueces y ante la opinión pública, respectivamente, sin tapujos de víctimas propiciatorias.

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