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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Dar de beber al sediento

APROVENCHANDO el Año Jubilar Extraordinario dedicado a la misericordia divina que acaba de convocar el Papa, a ver si repaso aquí, poco a poco, una a una, las 14 obras de misericordia. Para empezar por la más fácil, estrenémonos con "Dar de beber al sediento". Es una misericordia que viene de la mano de la de dar de comer al hambriento. Un dos en uno, como quien dice. Ya que das de comer a alguien, no vas dejar que se atragante, negándole un vasito de agua, ¿no?

Que sea una obra de misericordia independiente denota el origen semítico de nuestra religión, porque allí el calor aprieta y el agua tiene más trascendencia que el petróleo. Lo que no nos excusa de olvidarnos de los lugares del tercer mundo donde el acceso al agua potable es un problema de salud y supervivencia. Ésa urgencia nos interpela textualmente.

El prójimo próximo, sin embargo, nos da muy poco juego para ejercitar esta obra de misericordia. Por fortuna, siempre nos quedará el vino. Como sabemos, el vino calma la sed de ser del alma. Lo dice el Talmud: "El vino nutre, refresca el alma" y lo explica cartesianamente Roger Scruton en su ensayo Bebo, luego existo. Siendo una sed sin fondo, metafísica, tenemos el deber de incitar e invitar a una o dos copas de vino sin solución de continuidad. Como profesor, presumo de que mi jornada laboral es un incesante ejercicio de las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, aconsejar al que lo necesita, consolar al triste y, sobre todo, soportar las injurias. Para que nadie diga que no somos un matrimonio igualitario, mi mujer trabaja en una bodega, esto es, dándolo todo para dar de beber al sediento. Es la obra de misericordia con que Jesús estrenó su vida pública en Caná: produciendo vino al por mayor, aun en perjuicio del agua.

El único pero que se me ocurre a la dimensión vitivinícola de esta obra de misericordia es que así se pasa de las corporales a las espirituales. Con el vino, se bebe la alegría, la cultura, la comprensión del vecino, la amistad y el amor. Nada menos.

Volvamos, pues, al agua clara. Dar de beber agua al sediento nos da una lección magistral, nos revela el gran secreto de la misericordia: su poder multiplicador, milagroso. No cuesta nada dar un vaso de agua, pero, cuando el que lo recibe tiene sed, qué don incomparable de frescura transparente. Siempre se recibe muchísimo más de lo que se da.

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