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EN una jornada difícil, marcada por la violencia y el dolor en el corazón de Europa, la hermandad de Los Cerillitos quiso tener un gesto de solidaridad y apoyo a las víctimas de los brutales atentados de Bruselas. Fue durante la salida del paso del Santísimo Cristo de la Misericordia, bajo el arco de piedra de la puerta de Las Campanas, a las seis y media de la tarde, cuando una voz se extendió entre los costaleros para dedicar la Estación de Penitencia a las víctimas de los atentados terroristas. Momentos antes, en el interior de la Basílica Menor de Los Milagros, durante las oraciones, con emoción contenida, un altavoz anunciaba: "Debemos asumir la tarea de ser sembradores de paz, rezando por nuestros hermanos".
El cortejo procesional se ponía en marcha, con un número considerable de penitentes y con los últimos consejos que un padre ofrecía a su niño que salía en procesión por primera vez, formando parte de lo que se conoce como 'la pavera'. La junta de gobierno decidió sacar la procesión de Los Cerillitos a la calle, pese al amago de lluvia de algunas nubes amenazantes. Con una Plaza de España rebosante de público, hizo su salida el Cristo de la Misericordia, precedido por una representación del Cuerpo Nacional de Policía, que acompaña al cortejo desde hace años; y por varios miembros de la Guardia Civil de distintos puntos de la provincia, que se incorporan por primera vez a esta procesión escoltando a la Virgen con su presencia. En el exterior de la Basílica, la Agrupación Musical Santa María de La Blanca, de Los Palacios, se incorporaba detrás del paso de Misterio, sobre el que caían algunas tímidas gotas de lluvia mientras asomaba por la Puerta del Sol, cargado por 45 costaleros y bajo la dirección del capataz general Luis Martín Núñez, al que acompañaban Pedro Aranda y Emilio Trigo como auxiliares. Dos amplias filas de penitentes, bien organizados como es habitual en esta cofradía, anunciaban la llegada del elegante palio de Nuestra Señora de la Piedad, que llevaba todas las velas encendidas y era portado por 35 costaleros, dirigidos por Luis Marín Núñez y Manuel de la Tomasa. Sobre el palio, acompañado por la banda de música de Nuestro Padre Jesús Nazareno, cayeron también algunas gotas de lluvia en el momento de la salida. En la Plaza de España, el público obsequió con un cálido aplauso a Los Cerillitos, que iniciaba su Estación de Penitencia, con algunas novedades como su tránsito por la calle Meleros para ganar tiempo con vistas a su llegada a la carrera oficial.
Y mientras el público seguía mirando al cielo, a las ocho y cuarto de la tarde se abrían las puertas de la Basílica Menor de Nuestra Señora de los Milagros, para dejar salir a la Cruz de Guía de la hermandad del Dolor y Sacrificio, la más sobria de la Semana Santa portuense. Buena muestra de ello fue el silencio que se hizo en la Plaza de España cuando asomó Nuestro Padre Jesús Cautivo, como siempre cargado en andas por los propios hermanos. Ese mismo silencio cargado de respeto se repetiría minutos después, cuando salió a la calle la imagen titular de la hermandad, María Santísima del Dolor y Sacrificio.
Una vez en las calles portuenses, el discurrir de la hermandad fue tan austero y sencillo como cada Martes Santo, sin acompañamiento musical y con el único sonido de los rezos de los hermanos. Otra de las señas características de esta hermandad es la vestimenta de sus nazarenos, compuesta por una austera túnica morada sujeta por un cíngulo de esparto atado a la cintura, un velillo sin capirote, guantes negros y zapatillas negras de esparto.
Al paso de la hermandad, que este año por primera vez discurría por la Plaza de la Cárcel, únicamente se podían escuchar los rezos o las saetas que conocidos cantaores como Antonio Puerto lanzaban a los titulares por algunos de los enclaves más recogidos del recorrido.
Hacia las diez de la noche, la temida lluvia hizo finalmente acto de presencia, obligando a las dos hermandades del Martes Santo a recortar sus itinerarios procesionales para volver a paso de agua a la Basílica de Nuestra Señora de los Milagros.
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