San Fernando

De última tarde a jornada de vísperas

  • Los preparativos para la Procesión Magna transformaron por entero la jornada del Viernes Santo que La Isla vivió con las ganas y el entusiasmo de un Domingo de Ramos. El público que se vio en la calle fue más numeroso del habitual en esta jornada

Quizá fue porque de última tarde de procesiones pasó a convertirse en jornada de vísperas de la Procesión Magna, pero el Viernes Santo que La Isla disfrutó anteayer fue bastante atípico.

Destacó un gran ambiente en las calles del centro y una multitud -más numerosa de lo habitual- que se adueñó del entorno procesional mediada la tarde. Era casi un Viernes Santo con tintes de Domingo de Ramos.

Ya desde por la mañana, la preceptiva visita matutina a los templos de las hermandades del día permitió ver escenas poco habituales e inéditas al mostrar todavía los pasos de las cofradías del Domingo de Ramos, del Lunes Santo, que se preparaban para la Magna. En la Iglesia Mayor, mientras que los titulares de la Soledad se mostraban dispuestos para afrontar su salida procesional a la llegada de la tade, en el misterio de Columna se terminaban de cambiar las velas de las tulipas y el Cautivo del Medinaceli exhibía ya su monte de claveles terminado. Un detalle: la imagen de Jesús de Medinaceli lucía ya la túnica lisa con la que procesionó ayer en lugar del clásico hábito bordado que luce cada Lunes Santo. Y los titulares del Nazareno acababan de llegar. El palio de los Dolores exhibía el trofeo conquistado tras una larga noche de gloria cofrade: las velas de la candelería prácticamente gastadas. El trajín, que se repitió en otras iglesias a la espera de los santos oficios, era continuo. Todavía había mucho trabajo por hacer. Era casi como si no hubiera salido todavía una hermandad a la calle, como si fuera aún un Viernes de Dolores.

La tarde del Viernes Santo tiene una hora de comienzo: las siete. A esa hora salieron dos de las cofradías más representativas de la jornada, el Santo Entierro y los Desamparados. En el Carmen, el cortejo cívico-religioso tan característico que acompaña al paso de la urna del Cristo Yacente y al sobrio palio de cajón de María Santísima del Mayor Dolor en su Soledad tomaba forma en la remodelada calle Real. Y, al mismo tiempo, en la plaza de San José, la antigua capilla repintada de almagra abría sus puertas para que los hermanos de los Desamparados emprendieran su camino. Un trayecto, en esta ocasión, recortado con motivo de la Procesión Magna. Tan sólo de tres horas y media. Un recorrido que, en esta ocasión, sirvió también para recordar las bodas de plata de la cofradía: su 25 aniversario.

La mole del misterio del Santísimo Cristo de la Sangre impresionaba desde arriba de la calle San José. El paso de los talleres de Manuel Guzmán Fernández, barnizado, acabado, remata la estética de austeridad de la que hace gala la cofradía y que tan propia de la tarde del Viernes Santo resulta. Se giró ante los ancianitos del asilo y subió la empinada calle antes de hacer fondo. La cruz se bajó para salvar unos cables excesivamente bajos. Mientras, el palio de la Virgen de los Desamparados había superado con éxito la difícil maniobra de la salida. Sonaba Sevilla cofradiera. Horas más tarde volvería a escucharse cuando el palio del Santo Entierro, a su paso por la Compañía, regresara por la calle Real buscando su templo.

A esa hora, no muy lejos de San José, la plaza de la Iglesia volvió a llenarse de público a la salida de la hermandad de la Soledad. El misterio del Santísimo Cristo de la Redención en su traslado al sepulcro avanzaba a pasos cortos por la plaza de la Iglesia a la busqueda de la calle Rosario. Le seguía la Soledad, la Virgen de la tarde del Viernes Santo.

Por la Alameda, entretanto, se desplegaba el cuidado cortejo de la hermandad del Santo Entierro con todo su protocolo y minuciosidad cofrade. Llama la atención las representaciones militares de la Armada. La escolta de gastadores que acompaña al paso de la urna del Cristo Yacente marcaba el paso y la cuadrilla parecía seguir el ritmo. Avanzaba la hermandad para entrar -a las nueve de la noche- en la Carrera Oficial. Los cánticos en latín de los niños de la escolanía acompaban al paso del Santo Entierro. Detrás, las cruces y los cirios blancos. Y el sencillo palio de cajón del Mayor Dolor en su Soledad.

Sobre las diez de la noche, la hermandad abandonó la Carrera Oficial. Justo en esos momentos entraba Desamparados. La Soledad, ya pasadas las once de la noche, fue la encargada de cerrar la jornada.

Pero todo no terminó ahí. A la una de la madrugada, las puertas de la parroquia de San José Artesano se abrieron para que la hermandad del Rosario realizara su estación de penitencia.

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