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Provincia de Cádiz

Cabaña cuelga la llave inglesa

  • El 'fontanero' de la Diputación cierra mañana una larga e intensa etapa de casi 17 años en una institución provincial que se ha erigido con su presencia en el eje político de Cádiz

La principal institución provincial gaditana pierde mañana a una institución. El referente político más importante que ha tenido la Diputación de Cádiz en más de tres décadas de democracia deja su acta de diputado provincial para centrarse de lleno en sus nuevas obligaciones en el Congreso. Llega el adiós al antiguo Palacio de la Aduana de Francisco González Cabaña y con él se va un sinfín de anécdotas, vivencias, errores, aciertos y, por qué no decirlo, un desarrollo de la provincia impulsada en cierta medida también desde la Diputación.

"Me conozco la casa a la perfección porque la fontanería de la Diputación ha estado en mis manos y pienso que eso debe haberse tenido en cuenta". De esta manera reflexionaba Cabaña en una entrevista publicada por este periódico el 14 de junio de 2003 tras conocer que sería el candidato del PSOE a presidir la Corporación provincial. Hoy, ese 'fontanero' está a pocas horas de colgar su llave inglesa, satisfecho con su trabajo pero triste por los codazos que ha recibido de sus propios compañeros del Grupo Socialista en este tramo final.

A principios de 1997, cuando quien esto escribe cubrió la información de su primer pleno de la Corporación provincial, se quedó con una imagen impactante: un ordenanza de la Diputación acercaba y separaba la silla a Rafael Román, entonces presidente, al inicio y a la conclusión de la sesión. Pero esa imagen arcaica, más propia de la Edad Media que de finales del siglo XX, fue eliminada con el paso del tiempo, en el mismo primer mandato de Román. Y aunque la Diputación no ha logrado zafarse de ese sambenito de ser una institución anclada en el pasado, sí que ha vivido una transformación que la ha llevado a convertirse en el indiscutible centro político de la provincia. Y mucha culpa de ambas cosas (transformación y foro político) ha sido de Cabaña, ese dirigente capaz de evolucionar del romanismo al pizarrismo; capaz de disfrutar como un enano en la recepción a su Cádiz C.F. tras su ascenso a Primera y de aguantar estoico tragando saliva cuando esa gloria le tocó cuatro años después al Xerez Deportivo; capaz de cerrar pactos de gobierno a priori ilógicos pero que terminaban sellándose con sangre; capaz de zanjar una discusión con sus adversarios políticos inventándose una ocurrencia que originaba una carcajada unánime; capaz de replicar a los dirigentes de su partido que defienden la desaparición de las diputaciones; y capaz de dar una lección de demócrata cediendo el año pasado la Presidencia a José Loaiza (PP) sin decir una palabra más alta que la otra.

A principios de ese 1997 Francisco González Cabaña sumaba apenas un año y medio en la Diputación, de donde llegó de la mano de Rafael Román. El último acuerdo de mesa camilla entre las dos sensibilidades de entonces en el PSOE gaditano dio su cuota de poder a los romanistas en la Diputación y a los peralistas en la ejecutiva provincial socialista, con Francisco Vázquez Cañas como secretario general. Los tres (Román, Cabaña y Vázquez Cañas), con la colaboración del desaparecido Tato Velázquez, fueron la piedra angular de un Grupo Socialista que inició en 1995 una ardua tarea: regir los destinos de la Diputación por primera vez sin el paraguas de una mayoría absoluta del PSOE.

Y ahí emergió la figura de Cabaña, ese joven socialista que se hizo un nombre enfrentándose a su partido, e incluso yéndose del mismo, hasta que logró que su pueblo (entonces Benalup a secas) se segregara de Medina Sidonia. Muy crítico con las directrices de las cúpulas de su partido, Cabaña fue el enlace ideal que encontró Román para garantizar la gobernabilidad de la Diputación en ese mandato 1995-1999, en el que tuvo que llegar a constantes acuerdos puntuales con IU o, sobre todo, con las dos facciones andalucistas, separadas en aquella época en PA y PAP. Y si la oposición ejercida desde el PP por el binomio José Ignacio Landaluce-José Blas Fernández fue severa, ni por asomo podían imaginarse Román y Cabaña lo que les aguardaba para después de las elecciones municipales de 1999.

Poco faltó en esos comicios para que el PSOE perdiera la Diputación. Los alcaldes andalucistas de San Fernando (Antonio Moreno) y de Algeciras (Patricio González) defendían el pacto con el PP para destronar a los socialistas. Los populares, incluso, llegaron a ofrecerle la Presidencia a Moreno. Pero faltaba el visto bueno de Pedro Pacheco... y el 'Inmatable', como lo bautizara años después el propio Cabaña, frenó la maniobra y le dio un oxígeno histórico al PSOE.

Pero tras la segunda investidura de Román en 1999 ya nada sería como antes. En el primer pleno, el PP liderado por María José García-Pelayo planteaba de manera inteligente una moción referente al circuito de Jerez que tuvo que ser secundada por los andalucistas, entonces socios con todas las de la ley del PSOE. La conclusión fue que, de la nada, el PP lograba que los socialistas perdieran su primera votación en la Diputación en 20 años.

Ese mismo día Cabaña volvió a ejercer sus galones, reunió por la tarde a su Grupo Socialista y le puso las pilas. Tanto les apretaría las tuercas (muy propio de un fontanero) que el PSOE logró apuntalar el gobierno, y eso pese a que el tándem Román-Cabaña echó primero a Agustín Cuevas (por su implicación en el caso Sanlúcar) y luego a los tres diputados pachequistas, cumpliendo así lo exigido por los andalucistas fieles tras la nueva escisión habida en los nacionalistas con el resurgimiento del PSA. E incluso, siempre con Cabaña como intermediario, el PSOE sorprendió a todos al cerrar un pacto con el partido del controvertido Hernán Díaz (Independientes Portuenses) para esfumar así el fantasma de una moción de censura que mascullaba un PP que ya había absorbido a los gilistas de La Línea y San Roque. Y todo ello con una oposición demoledora ejercida desde el PP por una María José García-Pelayo que lograba sacar de quicio, un pleno sí y otro también, a la bancada socialista.

Pero si hay una fecha clave en la trayectoria de González Cabaña como diputado provincial esa es junio de 2003. Aquel mes el presidente de la Junta y secretario general del PSOE-A, Manuel Chaves, proponía a Cabaña como candidato socialista a presidir la Diputación. Chaves premiaba así al alcalde de Benalup por haber logrado, ya como secretario provincial del PSOE, otro imposible: que su partido volviera a mantener el poder en la Corporación provincial de nuevo con un pacto con el PA y gracias a una extraña maniobra en la que una edil andalucista de Algeciras rechazó cualquier acuerdo con el PP, pasándose al grupo mixto y propiciando que se tumbara el castillo de naipes que populares y el PA habían puesto en pie para cerrar gobiernos de coalición en Algeciras, San Fernando y la Diputación. ¿Orquestó Cabaña o alguien de su entorno aquella inesperada operación? Si fue así, jamás se pudo demostrar. ¿Y traicionó Cabaña a Román desbancándole de la Presidencia de la Diputación? A día de hoy aún hay socialistas que están convencidos de ello, mientras otros siguen viendo aquel relevo como algo normal vinculado a un simple cambio generacional.

Antes de su investidura, Cabaña anunciaba que sus retos serían tres: contribuir al desarrollo de la provincia, ser un presidente menos institucional y más 'de pueblo' y también desterrar la imagen de la Diputación como cuna del enchufismo laboral vinculado al carné de militante socialista. Con la ventaja que da la lejanía en el tiempo, quizás pueda afirmarse ahora que Cabaña aprobó en el primero de estos tres exámenes, sacó sobresaliente en el segundo y suspendió en el tercero. Porque en sus ocho años como presidente (2003-2011) cierto es que la provincia vivió un avance espectacular sobre todo con la puesta en servicio de obras que llevaban muchos lustros, décadas incluso, de retraso. Y aunque eran competencia de otras administraciones superiores, es evidente que la Diputación jugó un papel esencial a la hora de presionar para que esos proyectos fueran realidad.

Y también es cierto que la etapa de Cabaña como presidente distó mucho de la de Román, para satisfacción de unos y malestar de otros. Y es que Cabaña huyó de estar presente en todos los actos institucionales que se convocaran, optando por delegar en su equipo y por estar sólo en los que era imprescindible. Y también restó mucha relevancia a la cultura como eje de la vida de la Diputación, trasladando ese epicentro a los asuntos sociales, la igualdad o la cooperación. Fue una época en la que los alcaldes de pueblo -como era él- tenían conexión directa con el gobierno provincial, en la que las inversiones en los municipios menores de 20.000 habitantes se incrementaron de manera notoria (con críticas, eso sí, de beneficiar mucho más a los gobernados por el PSOE) y en la que Cabaña hizo añicos algunos emblemas de la etapa de Román. Como ejemplo sirva su histórica rajada de Fitur, de la que vino a decir que podía ser un evento de relevancia para los profesionales del turismo pero en la que poco o nada pintaban los políticos.

Pero su mayor fracaso estribó en su imposibilidad para lavar la imagen de la Diputación, porque siguió siendo un 'cementerio de elefantes' para políticos del PSOE que destronados en sus municipios, porque la relación de cargos de confianza siguió siendo relevante y porque las dudas de enchufismo jamás fueron disipadas. Y si Román tuvo que pedir disculpas por este hecho, Cabaña también se vio obligado a hacerlo después de conocerse un aumento de sueldo descomunal para diputados y altos cargos de la institución que tuvo que frenar in extremis.

Durante su mandato como presidente, Cabaña vivió días de gloria pero también momentos de una tristeza absoluta, como cuando, con una entereza digna de mención, fue investido presidente por segunda vez pocos días después de la pérdida irreparable de su esposa. Cuenta Cabaña con asiduidad que desde aquel trágico día de 2007 cambió drásticamente su planteamiento de la vida. Varió su orden de prioridades, también en la política, y ese hecho coincidió curiosamente con un paulatino auge de las voces críticas a su gestión en su partido. El último episodio, la firma de siete de los 12 diputados socialistas pidiendo su relevo como portavoz, ha sido su puntilla.

Será una paradoja, pero la pérdida de influencia de Cabaña en su partido parece haber crecido de manera proporcional al incremento de los elogios que su figura recibe de muchos de sus adversarios. Porque entre Cabaña y dirigentes como Pedro Pacheco, José Antonio Barroso, Manuel de Bernardo, Hernán Díaz e incluso María José García-Pelayo o José Loaiza hay un respeto recíproco que, en algunos casos, llega a rozar el cariño. Uno de ellos, el actual presidente, José Loaiza (PP), no tendrá inconveniente alguno en darle mañana a Cabaña su momento de gloria para cerrar la sesión. Será el penúltimo adiós de este apasionado de la política municipal que ya tuvo que dejar la Alcaldía de su pueblo hace seis meses, que dentro de 55 días dejará la secretaría general del PSOE de Cádiz pero al que, seguro, le queda cuerda para rato. Porque Cabaña cuelga la llave inglesa, sí, pero siempre tendrá a mano su caja de herramientas.

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