Tribuna

rafael zornoza boy

Obispo de Cádiz y Ceuta

Una cruz para elevar al hombre

Una cruz para elevar al hombre Una cruz para elevar al hombre

Una cruz para elevar al hombre

Estamos a las puertas de la Semana Santa, una celebración de impresionante grandeza que nos facilita participar de cerca en los últimos días de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, que por su muerte y resurrección nos regala salvación a la humanidad entera, y hace posible un radical cambio de nuestra vida, personal y comunitaria. La historia de nuestros pueblos y sus tradiciones recoge en estos días una manifestación colectiva de fe y de religiosidad popular que nos allana el camino. Además, a nadie que busque sinceramente el sentido de la vida deja indiferente que se presente como redentor de toda la humanidad a un hombre aparentemente derrotado, muerto en el abandono y sufrimiento más extremo.

¿Qué tiene que ver el dolor con la salvación, el sufrimiento con la felicidad?

Se dice que este año viviremos un esperado reencuentro con las procesiones y con celebraciones abiertas. Es cierto que la pandemia y sus consecuencias nos han afectado. Ahora, por añadidura, también nos duele la trágica guerra que produce tanto dolor y destrucción, y el sufrimiento provocado por tantos conflictos sociales y la pobreza. Ante la presencia de tanto mal es imprescindible vivir bien esta semana y encontrarnos con el Señor, con su entrega y su vida que nos llenan de consuelo en la aflicción y de sentido para vivir.

La Pasión y Muerte del Señor Jesús nos sitúa ante la realidad de las maldades cometidas, de nuestras provocaciones contra los demás, ante el misterio del mal. Y su Resurrección nos permite afirmar el triunfo de la bondad y de la vida sobre el pecado y la muerte que llega hasta nosotros. Todo queda asumido en la persona de Jesús, todo encuentra en el su explicación, todo lleva a superar los odios y a realizar el contenido de su enseñanza que es camino para vivir. Intentemos comprender desde lo más intimo la misericordia y compasión de Jesús aceptando la invitación de la hora de Jesús, esa hora de la salvación para nosotros. Para renovar nuestra fe y la misión de la comunidad, estamos llamados a volver a ese inicio, a la Iglesia naciente que vemos en María y Juan al pie de la cruz. Francisco acaba de exhortarnos en Malta a "vigilar para que las prácticas religiosas no se reduzcan a la repetición de un repertorio del pasado, sino que expresen una fe viva, abierta, que difunda la alegría del Evangelio, porque la alegría de la Iglesia es evangelizar". "No nos puede bastar una fe hecha de costumbres transmitidas, de celebraciones solemnes, de hermosas reuniones populares y de momentos fuertes y emocionantes; necesitamos una fe que se funda y se renueve en el encuentro personal con Cristo, en la escucha cotidiana de su Palabra, en la participación activa en la vida de la Iglesia, en el espíritu de la piedad popular".

Necesitamos adquirir la misma mirada de Cristo en lo alto de la cruz ofreciendo el perdón y abriendo el corazón a la misericordia. A el mismo -que se ofrece en sacrificio para la reconciliación- hemos de pedir coraje en la entrega, convicción y esperanza, pues sólo así conseguiremos un mundo mejor y un trato de hermanos entre todos. Contemplemos la realidad actual con interés por transformarla, mejorando nuestras relaciones entre las personas cercanas y lejanas. Cristo mismo es quien se nos presenta en el rostro de tantos hermanos y hermanas que sufren y son crucificados por el dolor, la miseria, la pobreza y la violencia. No nos conformemos con unas relaciones superficiales y vacías de contenido, dejemos que la celebración de los oficios, las procesiones y los actos de piedad nos lleven a lo esencial, para vivir con autenticidad la vida nueva que Jesús nos da. Para poder entrar de lleno en el misterio del amor misericordioso de Dios, el cristiano ha de vivir estos días con espíritu de fe y con recogimiento interior participando plenamente en los actos litúrgicos. Volver al corazón del Señor es redescubrir el centro de la fe, la relación con Jesús, la acogida al prójimo y el anuncio de su Evangelio al mundo entero.

La Semana Santa es la gran oportunidad para reencontrar la misericordia, morir con Cristo y resucitar con Él, para sofocar nuestro egoísmo y volver al amor, pues nos introduce en el "gran paso" hacia la Vida por la muerte y la resurrección realizada plenamente en Cristo y en nosotros sacramentalmente. El canto de los niños hebreos nos introduce en el Domingo de Ramos, profetizando ya la resurrección del Señor. Estos días son "tiempo de la espera del Esposo", como canta la antigua liturgia: "la sala de tu banquete nupcial la veo iluminada, oh mi Salvador; y no tengo vestido nupcial para entrar a disfrutar de tu belleza; Ilumina, Señor, el traje de mi alma y ¡sálvame!, Señor ¡sálvame!". Con este mismo deseo hemos de vivirlo también nosotros, abiertos a la gracia y la salvación de Dios, purificados, llenos de amor al Esposo que da la vida por nosotros y nos abre las puertas del cielo porque ya nos introduce en su corazón en la tierra. Sólo Dios puede elevar al hombre, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios