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Tribuna

Alfonso lazo

Historiador

Creencia, historia y mito

Creencia, historia y mito Creencia, historia y mito

Creencia, historia y mito

Si en lugar del título que ustedes ven arriba hubiese colocado algo así como Adviento, Navidad, Belén o Epifanía es posible que algunos lectores hubieran abandonado al primer párrafo. Pero sí, voy a escribir de eso precisamente, aunque sin referencia alguna a calles iluminadas, belenes, Misa del gallo o cabalgata de los Reyes Magos. Quiero distinguir tan sólo entre lo que para un agnóstico supone un mito, mientras que para el cristiano se trata de un acontecimiento con fecha y lugar precisos; pues esa es la diferencia fundamental entre mitología e Historia.

El mito nunca ocurre en una fecha determinada y comprobable, y de los personajes que lo nutren (no confundamos mito con leyenda o con novela) no cabe señalar su edad, qué año nacieron o cuándo murieron si es que acaso murieron alguna vez. Júpiter nunca fue niño, y no podemos saber quién gobernaba Siria o Egipto en el momento en que Atis y Osiris resucitaron. En cambio se podrá creer o no en la resurrección de Cristo, pero la Historia fija la fecha en que sus discípulos aseguran haberlo visto resucitado: reinaba Tiberio en Roma o, quizás, Calígula; igual que cuando nació era Octavio emperador. Mas tanto si hablamos de mito como si hablamos de Historia lo narrado en las fiestas de Navidad es tan enorme que la narración pasó a ser la raíz cultural de Europa y todo Occidente; aquello que lo distingue, con todas sus consecuencias, del islam, de Confucio, de los países budistas o de la cosmovisión hindú. Lo que se recuerda es nada menos que el nacimiento de Dios hecho hombre: no de un dios disfrazado de hombre.

En las mitologías del mundo antiguo las deidades tomaban en ocasiones una forma material: Zeus, la figura de cisne, de toro, de águila para raptar a Ganímedes, incluso la de una lluvia de oro; Krishna, avatar de Visnú, toma la imagen del cochero que conduce el carro de guerra del príncipe Arjuna para revelarle los misterios de Dios. Pero el niño que nace en Palestina en una fecha precisa de la Historia no es para la creencia cristiana un disfraz divino ni un avatar, sino Dios rebajado a niño berreante y que se ensucia, incapaz de razonar. Los llamados Evangelios de la infancia son todos apócrifos, escritos centenares de años después del nacimiento de Jesús y llenos de disparates.

Dios transformado en hombre debe tener por fuerza todas las limitaciones del ser humano, de lo contrario sería Zeus bajo la figura de esto o de aquello. Y un hombre debe equivocarse a veces, debe sentir miedo hasta sudar sangre e incluso morir gritando como cuenta el Evangelio de Marcos, el más cercano a los hechos y por eso el más históricamente fiable. Algunos teólogos cristianos, y pienso por ejemplo en Kierkegaard o en el terrible libro (Lo Santo) de Rudolf Otto, definen a Dios cual "el absolutamente otro": incomprensible, inalcanzable, del que nada se puede decir; sospecho, entonces, que a Dios no le quedaba otro camino para comunicar con los hombres que hacerse hombre él mismo. "Hombre verdadero" asegura la fe cristiana, y por tanto limitado y con las tentaciones de cualquier hombre.

Es plausible para los historiadores que Jesús antes de comenzar su vida itinerante se preparase con oración y ayuno en el desierto. Sin embargo, lo que allí ocurrió es cosa de la fe o del mito. Porque el diablo quiere ganarlo para su causa y le ofrece mucho. Primero, una vida confortable en lugar de pasar hambre: "Convierte las piedras en pan". Vivir en el lujo como vivirán muchos pontífices en los peores momentos de la Historia de la Iglesia. Luego, Lucifer aumenta la oferta: la sociedad del espectáculo, que vuele por los aires, que toda Jerusalén lo vea, que haga milagros extravagantes (se contaba de Pío XII que desde los jardines del Vaticano había visto un día al sol girando en el cielo). Jesús tampoco acepta, de modo que el Príncipe de la Mentira le muestra un regalo irresistible: todo el poder político del mundo. No hubo trato (aunque el clero tuvo mucho poder siglos después).

Optar por el mito o por la Historia nada dice sobre la calidad intelectual de la persona. Un buen amigo, excelente catedrático de Historia en la Universidad de Sevilla, ve la narración de la Navidad como el mito fundante que explica el progreso de Occidente. Y el profesor Manuel Losada Villasante, catedrático de Bioquímica, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y un sabio de currículum inacabable no tiene dudas: la encarnación de Dios fue un acontecimiento histórico.

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