Yo te digo mi verdad

La vida como un cuento

El exceso se ha adueñado de las celebraciones religiosas, en las que cada vez es más difícil encontrar la religión

La carroza de cuento de hadas que se paseó el otro día por las calles de Cádiz, portando a una aparentemente feliz niña en el día de su primera comunión, no era en realidad un carruaje de Cenicienta antes de las doce de la noche, sino una olla, la que se nos está yendo sin que pongamos ningún remedio, y con ella esa niña que iba dentro. La que se nos ha ido desde que pensamos que la felicidad de los niños es vivir en un cuento. Y no sólo la de los niños, ya que vamos a galope tendido sobre el caballo de la infantilización, como demuestra la cada vez más tardía edad a la que los hijos se sueltan de los brazos de los padres.

Oí hace poco en la radio una frase humorística pero definitoria: “Los bautizos son ahora comuniones, las comuniones bodas, y las bodas ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos”.

El exceso se ha adueñado de las celebraciones religiosas, en las que cada vez es más difícil encontrar la religión, y con la complacencia incluso de los más implicados en el mundo de la iglesia. Nadie quiere ser menos que las Infantas en su casamiento, y algunos oficios sacramentales dejan en pañales la boda de la hija de Vito Corleone en ‘El Padrino’.

La costumbre moderna ha hecho por fin realidad para los niños aquella frase que nunca entendí cuando me preparaba, hace tantos años, para vivir el ‘día más feliz de mi vida’, y para renunciar para siempre “a Satanás, a sus pompas y a sus obras”, sin que yo comprendiera qué relación tenía todo esa ceremonia con el jabón y los ladrillos. Ahora, pasados los años, observo cómo niños, padres y parientes se entregan, con fruición y en una sola ceremonia cristiana, a la pompa más grande, mientras los protagonistas corren el riesgo de cometer el pecado capital de la soberbia, y algunos observadores el de la envidia, mientras todos se dan a la gula.

La carroza es el síntoma clarísimo de una de las más diáfanas características del mundo de hoy: el envoltorio es mucho más importante que lo que hay dentro. Envolvemos la vida y sus momentos en jolgorio y disfrutamos tanto con el oropel que cuando llegamos a la almendra ni siquiera reparamos en su sabor, o sencillamente se comprueba que no interesa. Puede que sí, nunca estoy seguro de nada, pero deberíamos preguntarnos si esta es la manera en la que queremos educar a nuestros niños, es decir cómo queremos construir nuestro futuro.

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