La última gota

La elegancia del silencio es un material explosivo como la nitroglicerina que se debe amontonar en el alma

Como mis lectores son gente de una paciencia más que probada, quizá este artículo pueda venirles bien. Va de la última gota, la que desborda el vaso, provocando un enfado o una ruptura. Los que somos pacientes vamos viendo cómo, poco a poco, en silencio, gota a gota, algunos imprudentes van colmando el vaso de nuestra resistencia. Y un día llega lo que no esperábamos: la última gota. Entonces nuestro enfado adquiere dimensiones de diluvio bíblico, pero nadie que está a nuestro lado entiende nada.

Ellos sólo han visto una diminuta gota que no tenía, en efecto, tanta importancia. "Por una tontería así, ¡cómo te pones!", te reprochan incluso los espectadores neutrales. Desconocen la prehistoria de gotas y más gotas. El resultado, ahora, es que ven un enfado desorbitado por un motivo diminuto. Aquel que fue paciente durante mucho tiempo se encuentra con que su paciencia sólo le sirvió para quedar como un energúmeno. Hagan un repaso y verán que han asistido más de una vez a este fenómeno, si es que alguna vez lo han protagonizado con sus propios nervios.

¿Quiero decir con esto que el enfadadísimo (ahora) sufridor (antes) es inocente (siempre)? No.

Tenía que haberse sacudido la timidez o, si quieren, la paciencia o, si lo pensamos, la pereza o la vergonzante superioridad. O sea, haber aprovechado, cuando el vaso estaba a medio llenar y uno todavía tenía paciencia de sobra y buen humor y alegría y reserva de cariño para decir honestamente qué es lo que le molestaba o le parecía abusivo. Nunca hay que dejar que se llegue a esa última gota. Drenar o vaciar el vaso cuando todavía hay margen y no nos tiembla el pulso, ni por miedo a que se desborde ni porque el vaso ya pesa demasiado.

Una elemental exigencia de la delicadeza es ser rudo cuando toca. La elegancia del silencio es un material explosivo como la nitroglicerina que no se debe amontonar en grandes cantidades en el interior del alma. El accidente de una explosión inesperada tendría efectos devastadores. Por eso, interesa tener el sentido común y el sentido del humor para saber advertir a los amigos y conocidos de que el nivel de nuestra paciencia empieza a estar peligrosamente elevado.

Mucho mejor eso, aunque nos cueste, que una inesperada deflagración por lo que parecerá una pequeñez de nada. Es una gota, en efecto, pero era la última. Si somos un poco menos delicados antes, seremos mucho más delicados después.

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