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Rafael Sánchez Saus

El triunfo del egoísmo

BAJA el paro, baja suavemente el IPC, baja el precio de la vivienda y hasta es posible que algún día bajen los impuestos. Entre tantos descensos deseables para casi todos, se nos ha colado uno que, parece, empieza a preocupar un poco a la opinión: el de la población española, reducida en un sólo un año en más de 220.000 personas. Se dirá que con la que está cayendo, y en un conjunto de más de 46.000.000, eso no es para rasgarse la vestiduras, pero es que lo importante de las cifras es la tendencia que delatan y, sobre todo, los detalles que a la mayoría se ocultan. Este es el segundo año consecutivo en que desciende la población, algo que nunca antes había sucedido desde que hay registros fiables, pero la realidad es aún más dura: a lo largo de 2013 España ha perdido 400.000 habitantes menores de 65 años y ha incrementado en 180.000 el número de ancianos. Peor aún, hay 529.000 adultos menos de entre 18 y 40 años, un escalofriante 3'6% del total, desaparecido en solo doce meses. Pero es que ha descendido más aún, el 4'2%, el número de menores de cinco años, ahondando el déficit generacional que en poco tiempo nos llevará a ser una sociedad simplemente insostenible.

Los pontífices de los medios ya han lanzado su veredicto: la culpa es de la crisis, que fuerza el retorno de muchos emigrantes. Y siendo esto verdad, se oculta siempre que el problema de fondo es la caída de la natalidad (el 6,5% en 2013; un 18% desde 2008) en un país que es ya desde hace tiempo uno de los más infértiles del mundo. Hoy nacen en España muchos menos niños que en plena Guerra Civil, y ya me dirán si aquellos tiempos eran más propicios que estos.

Son muchas las voces que alertan del desastre a la vista, pero pocos aún se percatan de que la falta de niños y jóvenes es ya un lastre terrible, incluso en los aspectos económicos: los adultos con pocos o ningún hijo se ven menos estimulados al gasto en productos de consumo corriente sobre los que descansa el crecimiento económico, invierten mucho menos en educación y en vivienda, y se ven impelidos a mucho gasto improductivo o caprichoso. Hay que vencer el tabú que impide plantear que en esta sociedad hay muchos que han decidido prescindir de los hijos para vivir mejor mientras otros crían a quienes mañana tendrán que cargar con ellos. Es el triunfo del egoísmo disfrazado de maltusianismo.

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