Fútbol El Cádiz CF, muy atento a una posible permanencia administrativa

José De Mier Guerra

La tormenta perfecta

La marisma de Chiclana está poniéndose preciosa en estos días con la gran cantidad de agua caída; la vegetación de los muros está tomando un espléndido verdor, los azules, verdes y marrones de las aguas, además de la variopinta presencia de aves hacen de esa parte del parque natural de la bahía de Cádiz un lugar ideal para el paseo y la observación de la belleza de la naturaleza y de los paisajes planos.

La actual situación de la marisma pudo sufrir una enorme transformación en los días pasados por la influencia de la "tormenta perfecta" que pudo dar al traste con más de 2.000 años de historia de la marisma, -los romanos obtenían sal de estas zonas-, y la podía haber transformado en un inmenso lodazal o "polvero".

Lo sucedido a finales de febrero en el oeste francés es un ejemplo de lo que pudo ocurrir aquí. La causa fundamental de la inundación de las viviendas y de las muertes ocasionadas fue una fuerte e inesperada subida de las mareas con un oleaje que sobrepasó en altura los diques de contención de muchas ciudades costeras de Francia.

Según Ángel Rivera, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología: "La tormenta es una perturbación atmosférica intensa, profunda y poderosa porque la presión que lleva en el centro es muy baja y cuanto más baja con más fuerza debe emplearse el viento para rellenar ese vacío".

Estos días de luna llena el coeficiente de marea ha llegado hasta 115, siendo el coeficiente más alto, en condiciones atmosféricas normales, de 118, es decir que estábamos muy cerca del máximo. Estas circunstancias se dan sólo dos veces al año, después de luna llena a principios de marzo y septiembre. Tan sólo con este escenario la marea llegó la noche del 28 de febrero casi a la parte alta de los muros de contención de las salinas (muros de vueltafuera). Si la "ciclogénesis explosiva" como también se denomina la tormenta perfecta se hubiera comportado en nuestra costa como en la de Francia, aún con vientos de menor velocidad y sin lluvia, la altura de la marea hubiera subido fácilmente un metro, con lo que hubiera destrozado todos los muros de contención, que son de tierra. Con baja presión aumenta la altitud de la marea, igual sucede si el viento proviene de poniente, suroeste o noroeste y aún más con la pleamar de la noche. En estas condiciones el oleaje que se hubiera formado entre el gran aguaje y el viento hubiera tenido consecuencias desastrosas.

Nuestra marisma, a pesar de ser dominio público, tiene la particularidad de haber sido moldeada por la mano del hombre. Los caños se han ido labrando antaño a mano, hoy ya con máquinas y anualmente se reparan y adecuan las compuertas que permiten administrar el agua embalsada y se acondicionan los muros para que el agua de los caños principales no invada indiscriminadamente los esteros y se pueda criar el pescado en cautividad. La labor de cientos de años se hubiera destruido en tan sólo unas horas por las circunstancias meteorológicas unidas a la gran borrasca. Lo más probable es que en la ciudad, en el pueblo ni nos hubiésemos enterado.

En Francia, como hemos sabido por la prensa, el problema es mucho más terrible pues los muros de contención protegen viviendas y el gran aguaje se encontró a la gente en su casa durmiendo. Por eso se van a estudiar las causas de la catástrofe y las posibles soluciones.

Bueno sería que también en nuestra costa se estudiaran las cotas que deben tener los muros de las salinas y qué tipo de actuaciones habría que acometer para garantizar que las marismas se transmitan a las futuras generaciones en las mismas condiciones de conservación y uso de hoy y para asegurar que las posibles inversiones productivas puedan tener alguna rentabilidad.

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