Ni titulofobia ni titulitis

Como se pongan a revisar la trazabilidad, no dejarán más títulos que los de las novelas de Almudena Grandes

Que la ley de memoria histórica está reavivando la memoria del franquismo no lo discutirá nadie. Hay ejemplos a patadas. El último, ¿de qué íbamos a sabernos los títulos nobiliarios que concedió Franco, y que van a retirar?

Como todas las medidas de este Gobierno, los contornos no están claros. Hay títulos que dio Franco que no se abolirán, porque no tienen su razón de ser en hechos militares o políticos; y hay -ojo- títulos que otorgó Juan Carlos I que se van a cargar. Tirando la piedra antifranquista y escondiendo la mano republicana, esto apunta contra la Corona.

Y contra todas las coronas. Supongo que los títulos viejos y medianos ya habrán caído en dos cuentas. La primera es que todos los títulos de España fueron anulados por la República y rehabilitados por Franco. Y la segunda es que, si un título se puede anular por una discordancia ideológica con el político de turno, todos o casi todos (menos el marquesado balompédico de Del Bosque) van a tener su pecado original. Aquella batalla ganada a los de la religión de paz blandiendo una rama de tejo cuando ya Sancho Fernández había roto la espada de tanto usarla, origen de los señoríos de Valdeosera y de Tejada, ¿es políticamente correcta? ¿Y qué decir de la organización feudal de la economía, vasallos incluidos? ¿Y de América? ¿Y de Flandes? O más isabelinos, ¿de la incipiente industrialización? Como se pongan a revisar la trazabilidad, la paridad y el ecologismo, no dejarán más títulos que los de las novelas de Almudena Grandes.

Lo mejor sería, primero, apreciarlos por ser la conservación andante de unas hermosas tradiciones, de un patrimonio histórico y artístico y de entornos rústicos (los que aún tienen esa suerte o fortuna). Y animar, ya de paso, a Su Majestad a premiar la excelencia de nuestros mejores conciudadanos con títulos nuevos, para refrescar la institución con méritos actuales, que revitalicen su razón de ser ejemplificante y emulativa.

Y, por último, tomarse en serio, sobre todo, la nobleza de espíritu. Lo dijo el gran tratadista político Edmund Burke, que jamás dio puntada sin hilo: "El Rey puede hacer un duque o un marqués, pero sólo Dios puede hacer un caballero". Lo que leído al trasluz de estos tiempos rezaría: un gobierno cualquiera puede retirar un ducado, vale, pero ningún poder de la Tierra puede arrebatarnos la hidalguía del alma. Ea, pues, damas y caballeros, a ostentarla y a ejercerla.

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