Opinión

Javier Miranda

El tío Oscar en tiempos de crisis

Se suponía que la Academia de Hollywood se planteaba un nuevo modelo de ceremonia visto que en los últimos años la audiencia se hundía como una bolsa de valores. Demasiados premios previos con la misma gente desfilando por diversas alfombras, con lo que el efecto de la ceremonia californiana se diluía. Ristra de premios muy contradictoria por cierto, pues los filmes del año pueden ser independientes, industriales o británicos según convenga. A pesar del carisma y la revelación musical del lobezno Jackman, del que no se entiende que lo sacaran tan poco cuando su presencia fue un hallazgo, la gala de los Oscars siguió presa de viejos estilemas y se propasó media hora del horario previsto, con momentos tan chocantes como los grupos de actores galardonados en otras ediciones que introducían a los candidatos a sucederles con comentarios más propios del jurado de un reality que de grandes estrellas.

Habrá que ver como resuelven los encargados de la ceremonia la crisis de audiencia, que está llevando a las televisiones americanas a cuestionarse si les merece la pena soltar un pastón anual por retransmitirla, pero la ruina económica que vive el planeta es la que explica el éxito de un film tan malo como Slumdog Millonaire. Como Million Dollar Baby, el vencedor de este año apareció al final de puntillas y era una historia en la que nadie creía, estando a punto de pasar directamente a las galeras del DVD. Y su mensaje casi cristiano en la que se defiende que el sufrimiento tiene a la larga su recompensa es el adecuado para estos tiempos apocalípticos. Danny Boyle, que se llevó a medio Bombay al Kodak Theatre, se tuvo que emplear a fondo en redimir el guión que le tocó en suerte con sus habituales recursos videcliperos, algo que igual merece un Oscar. Claro que no tenía competencia, pues exceptuando la solidez de El lector el resto de compañeros de terna eran fallidos por un motivo u otro, mostrando que después de todo también hay una crisis artística y no sólo económica.

Aunque este redentorismo no alcanzó a Mickey Rourke, que cedió su Oscar a un extrañamente nervioso Sean Penn, lo mejor de la hagiografía laica sobre Harvey Milk. Lástima de Frank Langella, cuya truculenta encarnación de Richard Nixon es de la que se recuerda durante mucho tiempo. La victoria de Penn fue la única sorpresa relativa -la auténtica fue la victoria contra pronóstico de la japonesa Departures en Lengua no Inglesa, batiendo a las magníficas Vals con Bashir y La clase- en una gala bastante previsible en los premios. Pero retengamos un dato de la abultada victoria -ocho galardones sobre diez, hacia tiempo que no había una barrida- de Slumdog Millonaire. Se rodó con cámaras digitales y costó catorce millones escasos de dólares frente al dineral invertido en una producción tan clásica del viejo Hollywood como es la soporífera El curioso caso de Benjamín Button. Con la que está cayendo en recortes de presupuestos más de un productor habrá tomado nota para el cine del futuro.

Ah, y también ganó Ella, demostrando su gran talento para elegir vestidos. Que pena que el consorcio Bradgelina se fuese de vacío, pues las Igartiburus de la vida hubiesen podido morir de glamour.

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