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La firma invitada

Ana María Pérez Vidal

Una sociedad progresista

YA se ha celebrado un año más el 8 de Marzo, Día de la Mujer Trabajadora y, como todos los años, hemos oído las cifras de mujeres que han muerto a manos de sus parejas o ex parejas y nos lamentamos con la esperanza de que no se den más víctimas a partir de ese día, aunque por desgracia no será así. Pero hay una manera más sutil de violencia machista que ejercemos tanto hombres como mujeres, más las mujeres si cabe, y que es casi imperceptible, lo que yo llamo "machismo sibilino".

Acabo de cumplir 44 años el Día de Andalucía. No me importa decir la edad que tengo, parece como si las mujeres tuviéramos que avergonzarnos de los años que cumplimos y siempre digo que es señal de que los he vivido. Pertenezco a una generación de mujeres a las que nos enseñaron a ayudar a nuestras madres en casa, luego algunas de nosotras hemos luchado por tener un trabajo -en mi caso pienso que mal remunerado-, hemos tenido hijos, los hemos criado trabajando fuera y dentro de casa, en algunos casos con ayuda de nuestras parejas, sin olvidarnos de las abuelas, sin las cuales a veces sería misión imposible salir de nuestras casas para trabajar. Ponemos todo nuestro esfuerzo para ser buenas hijas, madres y esposas, cumplimos con las expectativas que se espera de nosotras desde el mismo momento en que nacemos, intentando no defraudar a nadie.

Vivo en Trebujena, un pueblo de la provincia de Cádiz tradicionalmente de izquierdas, se dice que "progresista". Y siempre he presumido de mi pueblo, gente luchadora y trabajadora donde las haya.

En la vida todo es un aprendizaje, como dice Jorge Bucay (médico y terapeuta gestáltico). Para que un niño pequeño aprenda a comer solo, tiene que mancharse la ropa. Para que aprenda a levantarse, antes se tiene que caer. Todo es un proceso de maduración y aprendizaje.

Pues bien, yo desde aquí reivindico el derecho que tenemos las mujeres a caernos, a levantarnos, a cometer errores, a no pagar por los errores que cometen otros, a decidir por nosotras mismas qué hacer con nuestras vidas, a tomar nuestras propias decisiones libremente sin que nadie nos manipule, a no sentirnos culpables si algo sale mal. En definitiva el derecho a vivir, con mayúsculas, a ser felices pese a todo y a todos.

Pero hay algo a lo que no tenemos derecho ni hombres ni mujeres y es a traspasar la barrera de la intimidad de las personas, a juzgar, a criticar a veces desde el desconocimiento y por supuesto con más virulencia por el hecho de ser mujer, sí, también con mayúsculas.

Personalmente no me afecta, he aprendido a que no me importe lo que pueda pensar de mí la gente. Pero, si verdaderamente queremos ser una sociedad progresista, deberíamos dejar de lado esas conductas que responden más a gente ociosa e inculta y que estoy segura que no se corresponden con el perfil de la gente de mi pueblo.

Pienso que no tenemos que justificarnos ante nadie, si acaso con las personas que están cerca de nosotros y nos quieren, y a las que queremos. Tal vez quienes deberían hacer examen de conciencia sean aquéllos que faltan el respeto a los demás.

En esta sociedad que nos tiene acostumbrados a pensar poco, a veces nos resulta un trabajo demasiado laborioso sacar nuestras propias conclusiones sobre algún tema en concreto y nos dejamos llevar por lo que nos dicen, insultando así a nuestra propia inteligencia como personas.

Por otro lado, la estigmatización siempre hace daño pero, como contrapunto y por suerte, hay algo que es el patrimonio más importante y valioso que posee una persona y que nadie le puede arrebatar y es la dignidad, obviamente también con mayúsculas. Así pues, ser mujer y vivir con dignidad es algo que tendríamos que tener siempre presente.

Si ya la situación de la mujer en general es penosa, más aún lo es en el medio rural, donde con frecuencia es criticada por ejercer todo lo anteriormente expuesto, de igual manera que lo seré yo por escribir este artículo.

Siempre he luchado y seguiré haciéndolo para que mi hija, el día que sea mayor, goce de estos derechos como mujer y como persona.

Ya termino, con un deseo: por favor, que no mueran más mujeres a manos de un hombre, la vida es demasiado bonita para que alguien venga y nos la arrebate.

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