La república no existe

El catalán, como dijo Pemán, es un vaso de agua clara, sobre todo en este casoy con la sed que traemos

No hay dos sin tres. El mismo día que publicaba aquí una columna hablando de los 'cojones of steel' de Theresa May, la dama de aluminio, y de las bolas de marfil de Luis Benedito, taxidermista épico, saltaron a la palestra informativa los 'collons' del mosso d'esquadra en los altercados de Barcelona. Más allá del poliglotismo genital, no es una anécdota, sino pura categoría.

Primero, reproduzcámosla por puro hedonismo. En catalán, que, como dijo don José María Pemán, es un vaso de agua clara, sobre todo en este caso y con la sed que traemos. El mozo se encuentra con un guarda forestal encendiendo el follón y le espeta: «Tu ets un funcionari com jo o què? Doncs defensa'm a mi i no a aquests fills de puta». Así, en frío, puede sonar un poco duro el calificativo, pero hay que empatizar y ver lo que no llevaría aguantado el pobre mosso. El guarda forestal enturbiando un poco el agua clara responde: «Jo defenso la república!», y el mosso le informa en un acto de generosidad intelectual y de abnegado servicio público: "Quina república ni què collons! La república no existeix, idiota!".

Hasta aquí la anécdota. La categoría estriba en que esta escena se ha convertido viral y ha opacado todas las fotos que el presidente Sánchez se hizo con Torra a su nivel (Sánchez al nivel de Torra, se entiende). Podríamos lamentar que en la sociedad 2.0 la anécdota se coma la noticia, pero creo que, en este caso, no es verdad. Es la verdad la que se come la política.

Como es Navidad, permítanme una cita evangélica: «Has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla». Si estuviésemos en un tiempo más laico, me ceñiría al cuento de los hermanos Grimm El traje nuevo del Emperador. En ambos casos, lo que ponderaría con todas mis fuerzas es que la fuerza de las palabras del mosso no emanan de su 'collons', aunque algo subrayan, sino de la verdad de lo que dice, esto es, de la mentira alucinatoria de esa supuesta república que moviliza a los grandes de ese mundo y que vuelve locos (o idiotas, dice él, en uso etimológico muy preciso) a los que se lanzan a la calle a alborotar. Ese es el poder de la verdad. Es capaz de destruir los discursos más sostenidos por cálculos políticos, inercias informativas y fanatismos varios. Basta decirla para que se propague como la pólvora y se celebre como una fiesta de fuegos artificiales. La verdad es deliciosa.

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