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El olvido

Hemos empezado a olvidar las causas complejas de los genocidios del siglo XX

El empleo del intelecto tiene, entre otras funciones, evitar el olvido. Lo literario y lo histórico, dos formas de la narrativa, sirven para fijar la memoria y denunciar el sufrimiento humano, repito que entre otras muchas funciones; en cualquier caso no basta con narrar los hechos, lo interesante es contarlos intentando averiguar los porqués, que nunca son simples. Eso distingue a las obras por su calidad, en mi opinión.

Debemos formarnos para evitar caer en errores ya pasados; pero es imposible, nunca unas circunstancias son iguales a otras y, podemos verlo, la intelectualidad no siempre tiene la suficiente capacidad de análisis, el fragor de lo diario oculta a la maldad como la maleza a una fiera.

Hoy hemos empezado a olvidar las causas complejas de los variados genocidios del siglo XX, del nazismo y el Holocausto, no hemos terminado de asumir el estalinismo o el maoísmo, y nos parece que son cosas pretéritas e irrepetibles. España tiene mucho mérito en esto, celebra su año nuevo en un centro de tortura, mantiene a sus ciudadanos enterrados por campos y fosas localizadas, más o menos, ha elevado a padres de la patria a quienes volaron calculadamente medio siglo de horror dictatorial y, sobre todo, nunca ha llegado a recordar que fuimos parte de la maquinaria nazi y fascista estructuralmente, que llegamos a combartir junto a ellos y adorábamos a sus líderes hasta pidiendo a Dios por ellos en las capillas más irrelevantes de provincias, todo sustituido por "guerra fratricida" o, más actual, "yo no soy machista ni feminista".

No van a llegar unos nuevos años treinta, pero cualquiera con dos dedos de frente, como tuvieron Joseph Roth o Juan Ramón Jiménez, percibe el peligro de la barbarie: hemos dejado engordar a los dos satanes de la civilización humana: el nacionalismo y la religión, inextricables y grotescos. Cuando se antepone la "nación" (o como se llame esa fantasmagoría) a los individuos se metamorfosean en "masa"; no va más. La mágica fantasía religiosa sólo puede ser inerme en los límites las cabezas individuales, su tósigo es peligrosísimo y se disfraza de derecho, cuando es agresión permanente contra la naturaleza y quienes no comparten esa forma de locura.

La feria es la que uno cuenta según le ha ido, lo interesante es esa feria en la que estamos todos. La llamada al análisis, al compromiso en el Arte, a la defensa de los Derechos Humanos por encima de toda causa, el debate por la igualdad, una cierta fraternidad y una libertad consistente en no constreñir los efectos del conocimiento y la razón, no es gratuita. Óigala, por favor.

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