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Cambio de sentido

Este oficio

En el oficio de articulista resiste un poso romántico. Es algo así como una corresponsalía de las ideas

Hay algo tan incómodo -para el lector- como impúdico -desde quien escribe- en escribir sobre el oficio de escribir. No me refiero a los textos de arte poética, sino a cuando escribimos sobre el cómo y el cuándo. Corremos el riesgo de ponernos en medio y escoger palabras-filtro gracias a las que saldremos ideales, es decir, falsarias, como en la foto de las solapas de los libros. Y también existe el peligro de escribir un texto llorón, tipo "qué dura es la vida del articulista de provincias", sobre todo cuando el lamento remite exclusivamente a una misma, en vez de a condiciones comunes de clase o género.

En el oficio de articulista tal vez resiste un poso romántico. Es algo así como una corresponsalía de las ideas. De las ideas y del estilo, cuando hay madera. El periodismo no está en la nota de prensa refrita, ni en los estragantes clickbaits escritos para hacernos sentir idiotas. Hay más mirada periodística y, en ocasiones, estupenda literatura, en columnas, crónicas, perfiles, reportajes y entrevistas bien escritas. Me parece tan curioso (algunas veces) como esforzado (otras) acabar escribiendo mis artículos desde sitios y condiciones peculiares. Este, sin ir más lejos, lo estoy pergeñando a deshoras en un bistro en Luxemburgo. En estos años, he escrito para ustedes desde salas de espera, desde hospitales, en cafeterías, en estaciones y hasta en un convento. Muerta de pena, loca de alegría. Mientras les estaba escribiendo, se me han pegado las lentejas, he tenido en brazos al chico de la casa, he discutido con mi sombra, me he reído y me he llorado encima. Me he encasquillado en una palabra que sólo he podido encontrar cuando la he dado por perdida. Escribir artículos se parece a meditar en una pelea de perros. Tiene mucho de oficio: hay tiempo límite, es flor de un día y le aguarda, quizá, una lectura rápida; sin embargo, cada vez que escribo pliego a las musas, y se detiene un poquito el tiempo, y cada palabra me importa como si fuera para siempre. En la foto que preside las columnas, una debiera salir en traje de faena: en gafas, contenta, y despeinada de escribir.

Las mejores columnas son de quienes, equilibristas, no caen ni en el lugar común ni en la pedantería, y que, pudiéndose callar -o cambiar de tema-, se atreven a decir, y no se arrodillan ante el carruaje del señor. Las de quienes no quieren llevar razón sino hacer uso de ella. Las de quienes van más allá de lo que ya está dicho. Ahí, las maestras y maestros de este oficio.

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