Yo te digo mi verdad

En nombre de qué

Los militantes firmantes de la carta al Rey en la que piden un golpe de Estado han deducido que ellos son la esencia de la patria

Probablemente no existen las maldiciones sobre los países, pero hay veces en que esta España parece mal mirada por los dioses hostiles. De qué otra manera considerar, si no, la recurrente manía nacional de arrojarnos los trastos a la cabeza en cuanto la discusión se pone seria; o, desgraciadamente, algo mucho más pesado y mortífero que los trastos.

Les ocurre a muchos, a demasiados, que en cuanto la política que practica o predica otra parte no les gusta, enarbolan el fantasma del cataclismo. Demasiadas veces (la última muy reciente) hemos sufrido en España las consecuencias de esta forma de pensar y actuar patrimonialista que, esgrimiendo el argumento del bien común o de la verdadera patria, esconde un interés muy particular y por lo tanto criminal.

Los militares firmantes de una carta al Rey en la que, prácticamente, piden un golpe de Estado, son uno más (y muy grave) de estos ejemplos. Algunos de ellos se han creído tan fervientemente eso de que sirven a la patria más que los demás, que deducen que ellos son la esencia de la patria. Y que lo son mucho más que los médicos, los albañiles o las empleadas de hogar. ¡Cuánto no hemos contribuido entre todos a darle ese rango superior a la milicia, y qué pocas veces nos hemos preguntado por qué dedicar un día señalado a las Fuerzas Armadas y no hemos planteado ese homenaje nacional e institucional a los maestros, por ejemplo, o a los electricistas, camareros, comerciantes… si consideramos el peso de estos colectivos en el funcionamiento real y diario de una sociedad! O nación, si os place.

Y cuántos no han contribuido con su granito de arena, inconsciente o no, al actual clima exaltado y apocalíptico. Tantos que se han excitado en demasía sobre el saludable hábito de la dura crítica a los gobiernos, acusando al actual no ya por su discutible gestión, sino con el anatema natal de querer destruir la unidad de España y a los mismos españoles, sus haciendas, en incluso su vida, esa en la que hemos aprendido a soportarnos desde hace ya más de cuarenta años.

Tanto se han afanado que, a lo mejor y sin querer, han dado armas a quienes no la necesitaban. Y estos se han apresurado a esgrimirlas para volver a intentar meternos a tantos millones de españoles, de pensamientos felizmente diferentes, en la pequeñísima y caduca España de sus mentes reducidas, egoístas, y ridículamente valleinclanescas si no fueran temibles.

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