Víctor J. Vázquez

El narcisismo de la incorrección

Monticello

La irreverencia se halla hoy en quienes decepcionan a su tribu, elogiando al adversario o dando cuenta de la miseria propia

09 de mayo 2022 - 01:34

Hay un mito entrañable en la ciudad de internet: el de la general incorrección política. Se escribió mucho, en los felices noventa, sobre cómo, en Occidente, una vida plena de seguridades bajo una historia muerta, provocaba en los hombres nostalgia de épica, necesidad dar sentido a la existencia en términos irreverentes y pasionales. El problema era que dicha irreverencia vital era ya, en un mundo postromántico, una tentación casi imposible. El arte, por ejemplo, lugar de profanación natural del tabú, había acogido en su seno la provocación como una forma de ser ortodoxo. Inactivados los tipos penales de la moralidad, la obras que molestaban obscena o sacrílegamente a la sociedad satisfacían al tiempo el canon narcisista de ese mundo de la cultura que, como vio Godard, es algo análogo al ministerio de la cultura. Por esto, decía, resulta entrañable, cuando, por ejemplo, el maestro Almodóvar dice asumir riesgos ideológicos con sus Madres Paralelas, mientras trufa su guion con diálogos escritos para hacer saltar lágrimas de varios ministerios. No es menos paradójico, desde luego, el papel de esos quijotes residentes en Madrid que hacen frente al poder social comunista besando diariamente, desde sus privilegiadas tribunas, las manos blancas de Isabel y las ideas de Cayetana. Octavio Paz, en un texto canónico, apuntó al Estado, Ogro Filantrópico, como el domador de la conciencia libre. Él, como Adorno, vieron en el hermetismo el refugio frente a la tiranía del arte comprometido, frente al engaño de la propia incorrección. Pero en la ciudad digital los riesgos no vienen del Estado, sino de nuestra comunidad virtual. La incorrección se ha democratizado y todos aspiramos a ser conciencia liberada, a ejercer con el atractivo del librepensador, del indomable. Luhmann, el sociólogo de nuestro tiempo, ya apuntó, antes de internet, a cómo en la sociedad, al margen del derecho, se iban configurando sistemas gobernados autónomamente. El sistema virtual, cuya arquitectura satisface nuestro deseo de agruparnos entre afines, nos permite vivir en una cámara de peloteo tribal, donde uno puede sentirse irreverente mientras le acarician el lomo. Por eso, tal vez, la verdadera irreverencia se halla hoy en quienes decepcionan a su tribu, elogiando al adversario o dando cuenta de la miseria propia. En aquellos que no se dicen a sí mismos políticamente incorrectos, y dejan ese juicio a los demás.

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