Gafas de cerca

Tacho Rufino

Una mujer con sombrero

Cambia un ahorro espartano por un gasto epicúreo. Con su sombrero, expele su 'glamour' cada vez que coge el vaso

23 de agosto 2022 - 01:35

Es una señora elegante, o sea, gentil y natural en el vestir y el hablar, y lo es tanto como para permitirse la licencia de estar dentro del establecimiento tocada por un sombrero cuyas formas están entre el canotier y el ala ancha. Solemos intercambiar el saludo cuando yo entro a refrescarme con una rubia alta y fresca o bien a espabilarme con un espresso de café del bueno (rara avis en este país: tanto el espresso bien hecho como el grano de calidad). Ella me dice por mi nombre -"hola, Tacho, ¿qué tal?"-; yo, a estas alturas de nuestra leve relación, siento apuro por preguntarle el suyo, y quizá por ello me extiendo en la respuesta: "Buenas tardes, me alegro de verte, qué fresquito se está aquí, ¿no?". Algunas veces me cambia el apelativo: "Buenas tardes, mi niño", y aunque yo podría ser su hijo o, mejor, su hermano 15 años más pequeño, se trata de otra cosa: ella nació y pasó parte de su infancia en Canarias, adonde su padre fue destinado, y "mi niño" es en las Islas una expresión afectuosa para dirigirse a alguien. No sólo es hija de militar, pues, sino que su marido también lo era, y encima su físico y sus maneras lo atestiguaban, a pesar de que no pocos militares de su generación lucían tripa sin recato y brazos de oficinista; una diferencia copernicana con el fenotipo de las cohortes de oficiales de hoy.

Debió de quedar viuda, porque a él no lo veo desde hace unos dos años; ya ven que nuestra relación es del todo superficial. Prefiero atribuir mis deducciones a la curiosidad y al vicio de la observación y el entendimiento de las cosas con las que uno se topa, incluso las más triviales, o sobre todo éstas. Mi cotilleo es de otra índole, que aquí no es del caso. La señora pasa largos ratos de desayuno y de sobremesa en una mesa de esa cafetería: durante el verano en la ciudad calmada y achicharrada -las chicharras se oyen de continuo en estos días-, deduzco que ella baja a leer tantos periódicos de la casa y a hacer tantos dameros y crucigramas, con su sombrero y sus gafas de cerca de pasta negra y gruesa. Así no pasa tanto tiempo sola en su casa, me digo, y así no tiene que encender el aire acondicionado, aunque a veces se trasiega varios combinados de tónica con rodaja de limón: vaya un ahorro espartano por un gasto epicúreo. Con su sombrero de amish o de Dylan tardío, expele su glamour cada vez que coge el vaso y sorbe. Que una cosa es la relativa pobreza energética y otra, bien distinta y mucho mejor, la pasión por libar las maravillosas cosas pequeñas de la vida. Que, bien mirado, lo son todo.

stats