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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La luz

Rompes las promesas que a ti mismo te hiciste, te alejas de quien tú pensabas que eras, y te dices que el tiempo te cambia

Yo no podría ser como Alexei Navalni. Pienso en sus hijos, en su mujer, en sus padres y su familia. Pienso en sus propios deseos y horizontes, su futuro, su vida, y me parece absurdo. Tirar todo para qué. Te alzas contra un régimen inmisericorde, que ya mató a Politkovskaya y a Litvinenko, que ya encerró a tantos otros, que ya perdió a tantos otros bajo los vientos de Siberia. Nada parece cambiar. Cada día te tienta dejar de hacer lo que estás haciendo, confesar lo que te digan que debes confesar, volver a casa con los tuyos. Aunque sepas que, tarde o temprano, acabarán contigo. No importa. Quieres vivir. Los años pasan, los oyes irse cada vez con más fuerza. Quieres vivir. Yo no podría ser como Alexei Navalni.

Yo no podría ser como el hombre que se me cruza en las redes. Está sentado con su hija de nueve años en una cama. Le está poniendo unas zapatillas. Tarda en hacerlo porque ella se revuelve, no le hace caso, le muerde el hombro y la cara. Parece hacerlo sin maldad. Ella es así. Él le habla, le pide que no lo haga, mirándola a los ojos, posando amorosamente su frente en su frente. Él lo haría todo por ella. La mira y piensa en todo lo que no podrá hacer jamás su hija, en su dependencia, en los cuidados que deberá prodigarle más allá de lo que deseaba. No se lo merece, nadie se merece esto, y sin embargo cada día la limpia, la atiende, le da un sentido a su vida. Deja de ser quien fue porque ella lo necesita.

Yo no podría, o no sé si podría, porque el futuro, el mundo y nuestras propias vidas nos son siempre un misterio. Dentro de mí hay una luz que con el tiempo se ha ido apagando, que ha ido perdiendo su fuerza y su brillo con los años. Rompes las promesas que a ti mismo te hiciste, te alejas de quien tú pensabas que eras, y te dices que es así, que el tiempo te cambia, que a eso llamamos madurar, que te adaptas al mundo y que acabas con tus vanas ilusiones y que acoges en tu corazón tu miedo y tu dolor y tus errores, y que todo eso lo haces para ser feliz.

Y sin embargo hay una suerte de nostalgia de lo que fuiste, de las ilusiones perdidas. Te vas haciendo mayor, llegas a donde querías llegar y ahora, a veces, quieres volver o irte a otro lugar. Y tus ojos se cruzan con esos ojos que no pierden jamás su brillo, esas derrotas andantes, perdidas de sí mismas, en las que adivinas, pese a todo, debido a todo, un fuego que no se apaga, una causa, un porqué. El placentero dolor del amor y el sacrificio. La luz.

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