Las líneas visibles

En la muerte de José María Calleja

CONOCÍ a Josemari Calleja en 1994, cuando vino por primera vez a Cádiz para recoger junto a José Ignacio Iríbar el Premio Agustín Merello que la Asociación de la Prensa de Cádiz y Unicaja otorgaron a los periodistas vascos. Sus hijos, niños entonces, necesitaban escolta para ir a por el pan o veían pintadas amenazantes a la puerta de su casa. Fueron días que compartí con Emilio López, siempre añorado, quien acuñó el concepto EusCádiz, ese territorio del alma donde Josemari y su familia siempre pudieron sentirse seguros.

En los días previos a su desgarradora muerte por coronavirus, millones de españoles hemos podido ver en Movistar+ la serie de Mariano Barroso La línea invisible, en la que se narra el tiempo previo a la decisión de ETA de matar como medio de lucha política. Mientras visionaba la serie, tuve a Josemari muy presente: las cosas que me contó, la dignidad y la valentía con la que se enfrentó a los propios miedos y los bárbaros que bañaron de sangre España entera y Euskadi en particular. Sus libros quedan de testamento escrito para contarlo mejor que nadie.

Pero ante el devastador hecho de que el virus ha acabado con Josemari repentinamente y cuando todavía le quedaba tanta vida, quiero enfatizar otras líneas, las que él hizo siempre visibles. Las que escribía y defendía ante los micrófonos o enseñaba en las aulas.

Josemari hacía siempre visible la línea que delimita la alegría de la desazón, el trazo que transita de la paz a la violencia, la hilera que separa la valentía del silencio cómplice, o la inteligencia de la necedad.

La frontera entre libertad y censura o amenaza, tanto en la dictadura como contra los etarras, la marcó siempre para que se hiciese notar. También visibilizó que no se puede cruzar de la dignidad a la miserabilidad o de la honestidad a la indecencia.

Josemari, que tantas veces esquivó la muerte que le deseaban los bárbaros que le amenazaron durante años, nos enseño este 21 de abril lo duro que se hace que la línea que separa la vida de la defunción se haga visible con su desaparición física. La línea visible más dura de sobrellevar: no volver a verle en Cádiz y disfrutar unas horas con él.

Porque su vida, su obra, su recuerdo vive desde hoy para siempre en los miembros de su familia, en sus innumerables amigos y en la enorme lista de colegas que le considerarán siempre un ejemplo para el periodismo. Y para la bonhomía. Descansa en paz, amigo.

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