Para señalar, distinguir y avergonzar a las personas que tenían ideas o conductas discrepantes con el pensamiento oficial, la Inquisición no solo las prendía y ajusticiaba, sino que les colocaban sambenitos y corozas. El sambenito era una especie de traje con forma de escapulario que se ilustraba, según los casos, con cruces oblicuas y alusiones diversas al pecado y al infierno, así como con dibujos de hogueras, erguidas o invertidas, que simbolizaban el tipo de condena. La coroza era un gorro de cartón, similar al que ahora usan los penitentes en Semana Santa, evidentemente ridículo para los cánones de la época y en el que también se incluían distintas ilustraciones e incluso la descripción escrita de los delitos. Los sambenitos y corozas no solo representan la intolerancia ideológica y la superstición religiosa de toda una época, sino que nos hablan de unas sociedades movidas por la emoción antes que por la razón, que disfrutaban con el escarnio público y a las que les encantaba estigmatizar y etiquetar. Algo de esto perdura entre nosotros: señalar, acusar, etiquetar, aplicar el tópico, hacer que la minoría defina a la mayoría. Todas estas acciones resultan especialmente útiles para quienes, en lugar de analizar, indagar y estudiar la complejidad de la realidad, prefieren acomodar su visión a imágenes simples y planas, dando satisfacción y confort a sus perezosos cerebros. Se hace de forma permanente y con tanta naturalidad que, a veces, hasta nos pasa desapercibido. Construido el tópico, a ver quién es el listo que se lo salta o lo cuestiona. Por eso, cuando al honrado pueblo del Campo de Gibraltar -a ese que en una abrumadora mayoría madruga, trabaja, cuida, estudia, busca denodadamente un empleo o descansa tras una jubilación justa ganada en los campos de la emigración- se le cuelgan los sambenitos y las corozas de unos pocos que se dedican al narcotráfico, la piratería financiera o el malvivir, algo cruje en las entrañas y el ánimo se rebela. Desde hace unos días, dos empresas de alta tecnología espacial creadas por linenses (WISeKey y Fossa Systems) gestionan desde el mismo municipio de La Línea de la Concepción y en colaboración con el enclave de Gibraltar (sí, los políticos no se entienden, pero la gente sí), una constelación de satélites integrados en la misión Transporter-3, dentro del programa espacial estadounidense Rideshare. Los dos jóvenes linenses que están al frente de estas empresas lo han confesado públicamente: podían haberse ido a otro lugar, pero querían que su pueblo dejara de estar permanentemente asociado solo a cosas negativas, como si en él no existieran ni el talento, ni la honradez, ni el esfuerzo. Ahora los imagino inmensamente felices, contribuyendo, poco a poco, a quitar los sambenitos y las corozas, los estigmas y los tópicos que portan desde hace décadas sus convecinos para pisotearlos, luego, sobre el maravilloso suelo de esa tierra históricamente golpeada.

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