El grano

05 de diciembre 2025 - 03:04

Noté algo raro al sentarme a ver La suerte, la serie del taxista opositor y la cuadrilla supersticiosa a la que lleva de corrida en corrida por España. La imagen no parecía actual, es más, era como si la serie hubiera estado grabada hace veinticinco o treinta años. Era imposible: por entonces Ricardo Gómez apenas hablaba, Óscar Jaenada estaba a punto de encarnar a Camarón y Óscar Higares, en lugar de hacer de hermano de torero, era el torero.

Luego leí que sus creadores rodaron muchas escenas en analógico, como se hacía antes del digital. Frente a esas imágenes propias del streaming, tersas, inmaculadas y monótonas, la imagen analógica está salpicada de manchitas o puntos, de una textura a la que algunos llaman grano, y en la que muchos vemos el fondo de nuestros recuerdos.

Esta decisión hace de la cuadrilla y del toreo, aún vivo, un grupo salido de otros tiempos. La serie lo humaniza, gracias en parte a esta falsa memoria, tal vez movida por la necesidad de mirar con respeto a los que gran parte de la audiencia ve como residuos de tiempos dejados atrás por fortuna. No es quizás así, aunque sólo sea por la bienvenida originalidad de estos personajes, sea por su mutismo, sea por sus voces, vestimentas y expresiones.

Hay deseo de humanizar, pero también participa la nostalgia. Porque la nostalgia está en todas partes. Está en los niños y en las muchas referencias culturales de Stranger Things, que por fin termina. Está en el sincretismo superficial del Lux de Rosalía. Está en el creciente retraso de la vida adulta. Está en todos los intentos de explorar los naufragios del pasado.

Algo falta, no se sabe muy bien qué, porque el vacío adopta muchas formas: la espiritualidad, la vivienda, la belleza de lo distinto, la espera, la palabra, el sentido, el futuro. Desorientado, doy bandazos a oscuras. Pienso en Viktor Frankl. En el Angelus Novus de Klee, del que Walter Benjamin decía que avanzaba hacia atrás, contemplando los desastres del pasado. En el mito de Orfeo y Eurídice, que nunca conseguí entender cabalmente. Dice que Orfeo, para rescatar a su amada del inframundo, no debía volverse a mirarla hasta el final, porque hacerlo la condenaría a permanecer para siempre allí. Orfeo, incapaz de resistirlo, se volvió antes de tiempo. Tal vez todos seamos orfeos perdidos, buscando en el pasado, trágicamente, mapas antiguos para mundos nuevos.

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