De un tertuliano de cuyo nombre no puedo acordarme -lo oí al paso-, trinqué al vuelo esta idea: "Tenemos crisis de liderazgo en el PSOE y en Podemos porque no lograron hacerse con el poder. Si hubiesen pactado cuando pudieron, ahora la disputa por el liderazgo, las dudas programáticas y las angustias estadísticas serían de los populares". Es una observación brillante y yo se la agradecería, de saber a quién.

Cierto que tiene dos reparos aparentes. Ciudadanos parece conjurar, con algún pequeño conato, la crisis que también debería estar pasando. Pero, más bien, la sufre en silencio, automedicándose con el tratamiento homeopático de cierta insignificancia. Por otro lado, el Partido Popular superó dos clamorosas derrotas electores sin que Rajoy se moviese un ápice del puesto. Aquí pasa que lo suyo es no moverse él, pero vaya si movió personas, ideas, posturas y principios, que produjeron desgajamientos y siguen produciéndolos.

Esos reparos, pues, no alteran la observación de mi admirado anónimo. El éxito produce la mayor cohesión y el poder es la argamasa de la masa. Lo que hace tambalear los principios y las ideas políticas -mucho más que el pensamiento crítico, la duda metódica y las ansias de afinar la ideología- es la derrota electoral. Quien más, quien menos, aquí todo el mundo sigue el método Quevedo para que las mujeres vayan detrás de uno: correr delante de ellas. No hay político que no fuerce las piernas y la cintura para colocarse a la cabeza de las encuestas de opinión, afirmando tajantemente lo contrario de lo que decía hasta entonces.

Tal vez este aspecto no haya sido tenido en cuenta cuando se repasan las causas de la desafección política de los ciudadanos. Se nos pide que apoyemos unas ideas cuyo valor más sustancial sería que las apoyásemos. Algo así como el barón Munchausen sacándose de las arenas movedizas tirando de su propio pelo.

Queda la impresión de que todo fluye, de que no hay nada firme en lo que hacer pie. Por supuesto, esto es imposible, porque siempre se requiere un punto de apoyo. Lo que sucede es que, de una manera cada vez más descarnada, el único valor absoluto que nos va quedando es el éxito y el poder: el éxito de alcanzar y mantener el poder. ¿Dónde están los que se mantienen fieles a una concepción del mundo, sin afectarles la falta de apoyos y de aplausos, convencidos de que pueden convencernos y de que si no, tampoco importa?

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