Cada vez que hay una jornada electoral, los dirigentes políticos de todo pelaje hablan de que unos comicios suponen la fiesta de la democracia. Pero cuando uno va de fiesta un día sí y otro también pierde la gracia, se entra en la rutina y acaba agotado. Las palabras huecas con las que nos ametrallan esos días después quedan en nada porque son incapaces de llevar a la práctica pactos que aseguren la gobernabilidad del país. Los intereses partidistas se imponen a los generales y a los ciudadanos nos convocan una vez tras otra hasta que salgan lo que ellos quieren. El problema es que la fiesta cada vez quede más vacía. Encuestas de todo tipo han dejado bien claro que hay un hartazgo de la ciudadanía hacia la política, pese a que en los últimos años llegaron nuevas formaciones que podían cambiar los viejos vicios. Al final, el único cambio es que la tarta se reparte entre más comensales.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios