Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Ultramar
Vaya por delante que el verano es maravilloso. Pero cada vez más lo es a despecho de la invasión de las multitudes, de la subida de los precios, de la indumentaria con la que somos capaces de castigar nuestra imagen, de la capacidad que tiene el estío para pervertir palabras que en otras estaciones, o en otras circunstancias mentales, da gusto paladear saboreando su significado. Tenemos que reprochar a esta época vacacional que nos trastoque de una manera tan radical el diccionario de nuestros sueños, y haga de vocablos dulces amargos verbos. Por ejemplo:
Mojito: el delicioso cóctel que forman el ron combinado en proporciones justas con el zumo de limón y el azúcar, aderezado con abundante hierbabuena, se transforma en numerosas ocasiones y lugares en un engendro servido con los peores ingredientes y preparado por el peor ‘barman’, en los vasos más detestables.
Música: uno de los regalos más hermosos que los dioses dieron a los humanos se convierte en un castigo para los oídos, emitido a un volumen inabarcable y en las ocasiones más inadecuadas, ya sea en establecimientos pensados para otra cosa o en los conciertos estivales, que no se conciben con un público que no sea multitudinario.
Atardecer: se dice que es uno de los momentos más bellos del día, pero, nos pongamos como nos pongamos, se lleva sucediendo desde hace millones de años. La hora posee un gran encanto y alcanza momentos sublimes en solitario, en pareja… pero poco más. Con multitudes, rodeado de móviles para captar el momento y con tambores sonando son una tortura.
Chiringuito: este gran invento alcanza momentos de gozo insuperable con los pies en la arena (ya menos) y las manos en un vaso o en un cubierto, pero todo su armazón se viene abajo cuando reúne las peores acepciones de los tres términos anteriores.
Viajar: lo que era un impulso más bien excéntrico y romántico, el más arrebatador de los instintos, que poseía más bien a pocas personas, ya que la mayoría era partidaria acérrima del “como en casa en ningún sitio” y el “como mi pueblo no hay ninguno”, ha devenido en una pandemia inexplicable, de efectos fatalmente arrasadores en más de una ocasión, y de futuro imprevisible.
Calma: concepto tan deseable como desaparecido, antes principal objetivo de las vacaciones, y sustituido ahora por la diversión continua, por un no parar que ha cambiado para siempre el ansiado ‘dolce far niente’ de los italianos por una especie de frenético ‘far tutto’.
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