Enrique Gª-Máiquez

Zorros y liebres

Su propio afán

20 de marzo 2019 - 01:34

T UVE la suerte de volver a «Salto al cielo», que es una finca preciosa de la campiña jerezana, como muchos de ustedes saben. Desde lejos, se ve la alta cúpula de la capilla. No puedo enfilar esa carretera comarcal sin que el corazón me dé un vuelco con el recuerdo de Retorno a Brideshead, la gran novela de Evelyn Waugh. Brideshead, la casa de campo de los Flyte, también tenía una iglesia y una cúpula que se ve, de golpe, a una vuelta del camino. El nombre porta neblinosas resonancias religiosas, que, a la luz de Jerez, se vuelven más claras. «Salto al cielo» se llama porque fue la casa donde se retiraban los cartujos enfermos, preparándose para morir.

Resulta admirable lo bien que se venden los ingleses. No hay una literatura española sobre nuestras casas de campo y sus familias comparable a la suya, incesante. Tenemos la redonda novelita Historia de una finca de los hermanos Cuevas y poco más. También el gentleman tiene mejor marketing que el hidalgo, incomprensiblemente. Lo que me recordó que, desde este verano, quería escribir sobre nuestros galgos y nuestras liebres.

Un filósofo del empaque de sir Roger Scruton dedicó entonces una hora de clase a explicar desde la metafísica la razón de ser de la caza del zorro, a la que ha dedicado un libro. De hecho, nos confesó, con la humildad que le caracteriza, que ese libro es la mejor explicación de Heidegger que existe. La clave de la caza del zorro está en que el hombre no es quien lo mata. Apenas cuida del instinto de perros y caballos, y asiste luego como figurante. La escopeta es una distorsión de la naturaleza.

Esa misma limpieza cinegética se da cuando se corren liebres a la española. Incluso más. Porque los galgos van en colleras, sin refugiarse en la demagogia de la jauría, y tienen que ser muy respetuosos con el fair play (uso el anglicismo con ironía). Además, la liebre, en el caso de ser cazada, muere instantáneamente, sin el final atroz del zorro. El español ya sabía todo esto, y así lo cantaba en un fandango que vale tanto como un ensayo heideggeriano: "Perdón/ no tiene perdón de Dios/ quien pega un tiro a una liebre./ Una liebre se avasalla/ con dos galgos acolleraos/ y, si se va, que se vaya…"

Los españoles tendríamos que aprender a vendernos mejor. O no, que también tiene su encanto esconder los encantos y dejar que los descubramos al sesgo, tras entender los de los otros. Y si se van, que se vayan.

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