Soñé el otro día con Vox, lo juro. Vox no era un partido, ni aparecía Abascal ni el otro señor alto. Vox era un ente. Y tampoco me lanzaba mensajes de ningún tipo. Sólo decía como un fantasma: "Soy Vox, sooooy vooooxxx". Daba mucho miedo y no era culpa de Vox sino del empacho navideño de conversaciones de Vox. De tanto escuchar Vox, de tanto ver Vox en los grupos de guasap, de tanto hablar mi suegra y mi madre de Vox, de tanto todo ello, mi subconsciente diseñó en 3-D ese espíritu agobiante de un malvado de Dickens, un partido convertido en espíritu de una película de terror coreana. Desperté y dije no quiero que nadie me diga la palabra Vox en una semana por lo menos, afecta a mi tensión. Pero enciendes la radio, lees a los columnistas, enchufas la tele, te tomas una caña... todo el mundo quiere debatir sobre Vox, los proVox, los antiVox, los nomeimportaVox. ¡Basta! ¡Dadme paz! Hablad de fútbol, joder.
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