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Vamos perdiendo

Hace cien años los europeos controlaban dos tercios del planeta y ahora no son dueños ni de sus equipos de fútbol

Analistas de la política internacional se cuestionan estos días cómo es posible que el país más poderoso de la tierra vaya a tener que elegir a finales de este año entre un delincuente que se equivoca de nombre al referirse a su esposa, y un octogenario que confunde a Macron con Miterrand. Que la misma sociedad que inunda el mundo de móviles con inteligencia artificial sea incapaz de encontrar candidatos capaces de ofrecer futuro, es para preocuparse seriamente por la salud del Imperio. En cuanto a democracia harían bien en cuestionarse cómo alguien que alentó la ocupación del Congreso y ha sido condenado por un fraude fiscal, pueda ser el próximo presidente del país. Respecto al vigor de la sociedad, que el Partido Demócrata del que salieron los Kennedy o el propio Obama, no haya sabido encontrar sustituto al bien intencionado pero anciano Biden, muestra síntomas evidentes de esclerosis en la forma en que se vive y transcurren los mecanismos de la política estadounidense.

En Europa también se intuye un viraje hacia postulados más conservadores (salvo en el Reino Unido). La derecha liberal está mutando en extrema derecha, y las izquierdas continúan sin saber cómo proponer alternativas ilusionantes. Hace cien años los europeos controlaban dos tercios del planeta y ahora no son dueños ni de sus equipos de fútbol. Arrecian también las críticas de quienes no entienden cómo el Estado de Israel es capaz de dilapidar las simpatías que despertaba su causa enfrentados a las tiranías medievales del islamismo radical y permanece ciego ante el genocidio perpetrado por Netanyahu en Gaza. Y mientras nos cuestionamos por cómo legislar la Inteligencia Artificial, Putin va ganando la guerra que tenemos en el sótano de nuestra casa, y Pekín se ha adueñado de los principales graneros del mundo y del agua. Todo indica que nuestro bando, el que cree en la democracia y las libertades, está camino de la derrota ante los que sólo lo hacen en la fuerza y el control de las voluntades particulares. Ante ello hay voces que reclaman más dureza y proponen soluciones totalitarias que nos acercan a los postulados de quienes combatimos. Unos pocos se preguntan en qué momento perdimos la ruta hacia un futuro mejor. Pero la mayoría guarda silencio, cuando para que triunfen “los malos”, no hay mejor receta que los “buenos” no hagan nada. En resumen, esto no va bien. Y no me refiero a la amnistía, que tampoco.

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