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Tocando fondo

"De este panorama en el que apenas se vislumbra la lucecilla de un candil, no puede salir algo peor"

Cuesta creer que la clase política española pueda caer más en el abismo de la incompetencia y la mediocridad, así que debemos de estar tocando fondo. En situaciones así aflora el adanismo: véase esa pintoresca ocurrencia de proponer que el Día de Andalucía se cambie al dos de enero, fecha de la capitulación de Granada en 1492; como si todo fuera cuestión de volver a empezar. El grave problema que arrastra el Estado de las Autonomías es el de la atomización de cuestiones esenciales que, como la educación, la justicia y la sanidad, debieran estar controladas por el Estado, si de garantizar se trata la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. La descentralización administrativa y el fomento de la territorialidad comarcal, de las tradiciones locales y de la cultura popular contribuyen al bienestar de una sociedad en la que el caciquismo y el provincialismo, en la peor de sus acepciones, han sido neutralizados.

Mala cosa es el adanismo, la descalificación de todo lo disponible, porque ni los logros pueden ser desgajados de los errores ni lo que sucede es siempre causa excluyente de estos. Los dados al adanismo no advierten, en la intimidad de su confusión, que se oponen al progreso; al fin y al cabo convierten la rectificación retroactiva en el sustento de su dogma.

Por si no bastara, estamos envueltos en una guerra que terminará mal por pronto que termine. Las guerras siempre terminan mal; las vidas se pierden y el sufrimiento se queda anclado en el alma. Un sátrapa como Vladimir Putin, crecido por la inoperancia europea y provocado por los afanes imperialistas norteamericanos, ha desencadenado el terror, midiendo mal las reacciones a sus acciones. Mientras nosotros, con un Gobierno lastrado por sus incapacidades, con comunistas asociados y terroristas en el fondo sur, estamos como si no estuviéramos. A nadie se le ocurriría compartir confidencias con enemigos potenciales.

A la derecha, adanismo y patrioterismo aparte, han crecido corpúsculos de muchachitos que se lo pasan bien espiándose entre sí. Bandas repletas de jovenzuelos que no saben de la calle ni del trabajo y se apañan el currículum a base de complicidades. De todo este oscuro panorama en el que apenas se vislumbra la lucecilla tenue de un mal candil, no puede salir algo peor. La orteguiana conclusión: no es esto, no es esto, que siguió al entusiasmo republicano del golpe de 1931, no nos ha servido de experiencia.

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