Infante, padre y patria

"El comienzo de la vida pública de Infante se sitúa en 1910 cuando accede a la notaría de Cantillana"

No me pareció un acierto insertar la imagen de un "padre de la patria" en el Estatuto de Andalucía. No era necesario y a medida que pasan los años y observo la marcha de los acontecimientos, me reafirmo más en ese parecer. Es un error personalizar el sentimiento patrio, ligado a las emociones y, por ello, tan objetable. Ítem más en nuestro caso: Blas Infante es una figura controvertida, nada transversal, referida a un momento social y político concreto. Lo que no obsta para guardar un respeto inmenso por un hombre que, como Infante, dedicó su vida a poner de manifiesto las desigualdades, subordinación y dependencias de la Andalucía de su tiempo y a significar pacíficamente a su tierra en el concierto de los pueblos de España; y que además murió por ello, víctima del odio enfermizo, de la cobardía y de la irracionalidad de quienes ordenaron y de quienes ejecutaron su muerte en aquel malhadado 11 de agosto de 1936, en las afueras de Sevilla.

En estos días pasados, próximos al 28 de Febrero, como ocurre con el 4 de diciembre o el aludido 11 de agosto, afloran por doquier comentarios, la mayoría deleznables y siempre tendenciosos, sobre la, sin embargo, respetabilísima figura de Infante; un hombre bueno, padre de una familia numerosa de cuatro hijos pequeños cuando fue cobardemente asesinado. Los escribientes, guionistas y actores acuden a la obra compleja, fácil de descontextualizar, contradictoria, generada en estados de ánimo diversos; de una personalidad, la de Infante, sensible a un espacio sostenido por las tremendas desigualdades de la Andalucía de su tiempo. La vida pública de Infante comienza en 1910 cuando, con 25 años, terminadas las carreras de Derecho y Filosofía y Letras en Granada y aprobadas las oposiciones, accede a la notaría de Cantillana y abre bufete en Sevilla. Su maduración intelectual corre paralela al devenir de una España decadente, lastrada por los precedentes de la pérdida de las últimas colonias y la atomización disparatada del federalismo radical, que precipitó en el cantonalismo de la Primera República (1873-1874). Los nacionalismos estaban en su mejor momento y la Segunda República (1931-1939) surgiría de un falseamiento electoral sucesivo a la débil monarquía de Alfonso XIII y a los malos efectos de una dictadura consentida, la del general Primo de Rivera (1923-1930), que encendió la pasión por el cambio y preparó el ambiente para un futuro sombrío.

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