EL tiempo es todavía una dimensión desconocida. En pleno siglo XXI con avances tanto espaciales como ciberespaciales, del tiempo lo único que sabemos hacer es medirlo: cuánto ha transcurrido o cuánto falta. Tan sólo Einstein profundizó algo con su postulado de que espacio y tiempo son relativos, dependiendo del estado de movimiento del observador.

El ser humano en ocasiones, aunque quizás la mayoría de las veces, se enfrenta a lo desconocido de forma osada. Cuando nos preguntan dónde está el futuro, señalamos hacia el frente, porque es donde localizamos el tiempo que está por venir. Sin embargo, cuando se le pregunta a ciertos primates instruidos en un lenguaje de signos sobre dónde está mañana, señalan a su espalda, porque el futuro es un desconocido al que no se puede ver hasta que llega.

En otras ocasiones el hombre se obsesiona por detener el tiempo, por vía de la congelación o simplemente operándolo, pero el tiempo continúa a pesar de los esfuerzos.

A veces se trata de ignorar al tiempo, y se canta: "tres cosas hay en la vida; salud, dinero y amor". Pero aunque se le ignore, el tiempo está presente, y se puede tener salud pero no sirve de nada sin tiempo para vivirla; o tener un dinero inútil porque no hay tiempo para emplearlo; o un gran amor sin tiempo para disfrutarlo. Así que son cuatro las cosas que hay en la vida, y no tres. Por eso el tiempo es oro, pero no del que se comercializa en las casas de compro oro, sino de uno mucho más caro y del que la sociedad de consumo nos vende muchas formas de gastar. Es el negocio del ocio.

El tiempo es conveniente aprovecharlo e incluso invertirlo, dedicándolo a la salud o al aprendizaje, pero sobre todo el tiempo hay que compartirlo. El tiempo se vuelve amable cuando se comparte, cuando se relaciona aunque sea en distintos momentos. Y los momentos son importantes. Dice el proverbio que un día pasa, pero que un momento no. El momento de escribir esta columna y el que usted emplea en leerla. Gracias por su tiempo compartido.