Seguro de vida

Escribir de política puede ser un muerto, por lo pesado, pero asegura una prudente falta de brillantez

Esperanza Ruiz (apunten el nombre si quieren presumir de que ya conocían a la escritora cuando todo el mundo hable de ella) me tiene mucha ley. Por eso lamentó que no me hubiese quedado ayer en la anestesia: me habría ido de este mundo con el gran gesto de mi artículo de despedida. Le habría dejado, además, la pelota botando al sacerdote para la homilía de mi funeral.

Yo lo lamenté con ella, cariacontecido. Entonces Esperanza me vio tan contrariado que, como su nombre propio impone, me dio ídem. Me recordó que Dios no va nunca a pillarnos como un ladrón y que, por tanto, sólo tendré que temer la muerte los días que publique un artículo redondo y que quede muy bien de fin de fiesta.

O sea, que, si sigo escribiendo del rollo de Ábalos, avalista de dictadores, de Carmen Calvo, de Irene Montero y, sobre todo, de Pedro Sánchez de la Tesis, no voy a tener problemas de salud ni un accidente fatal. ¡Lo que me faltaba para animarme, a mí, tan hipocondríaco de mi salud como de la salud de la política español…! Escribiendo de éstos mato, por tanto, dos pájaros de un tiro: aporto mi granito a la arena política y me agencio un seguro de vida divino. Algo así como aquellos requetés legendarios de la Guerra Civil que, tras haber cumplido con la costumbre de confesar y comulgar los nueve primeros viernes de mes, que asegura la salvación eterna, se apresuraban a pecar en la primera casa de señoritas, cual socialistas de los ERE. Eso les aseguraba la condenación eterna. Pero ellos confiaban, como Pedro Sánchez y su socio Junqueras, en la aplicación de la ley más beneficiosa. Se lanzaban al campo de batalla convencidos de su invulnerabilidad. Como poco, serían mártires de la causa de la lógica teológica.

Hay un comentarista en la página web de este Diario que se hace llamar "Honestidad", aunque también podría llamarse "Persistencia", que siempre comenta y ayer con interés. A diferencia de Esperanza, me venía a decir que la perdiese toda. Escribió: "Siento defraudarle, de irse su recuerdo no creo que fuera mas lejos de unas esquelas. La prosa española, y menos la mundial, le echará de menos" [sic]. Esta vez tenía razón. Y me regalaba un tercer motivo para hablar de política. Es la forma más eficaz de que él, al que tengo cierto cariño (por el roce, ya se sabe), me eche de más. En suma, que como decían (otro poco de memoria histórica) Tip y Coll: "Mañana hablaremos del Gobierno".

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