Sebastianismo

El mito del Deseado fue para Pessoa una forma de expresar la nostalgia por el pasado glorioso

La excelente biografía de Manuel Moya sobre Fernando Pessoa, a quien el narrador y poeta de Fuenteheridos lleva traduciendo y estudiando desde hace mucho, contiene importantes matizaciones sobre un escritor proverbialmente enigmático del que sabemos más y menos de lo que habitualmente se cree, no en vano su propósito ha sido acercarse al que llama "hombre de los sueños" para deshacer simplificaciones y malentendidos. Con la honestidad que lo caracteriza, el biógrafo no escamotea el lado menos "grato y atractivo" de su personaje, referido al pensamiento político de un autor que pese a su precaria forma de vida siempre presumió de estirpe, consciente de pertenecer a una élite que en su caso, a falta de patrimonio y de una posición influyente, se definía por una suerte de supremacismo no sólo estético, en la línea aristocratizante y expresamente antidemocrática que caracterizó a muchos intelectuales de entreguerras. Nacido de la creencia en el imposible regreso del rey muerto o desaparecido, Deseado o Encubierto, tras la derrota de Alcazarquivir, el mito sebastianista fue para Pessoa una forma de expresar la nostalgia por el pasado glorioso en una nación venida a menos, aunque de acuerdo con su lectura el advenimiento del Quinto Imperio -que había de suceder al egipcio, el asirio, el persa y el romano- tenía connotaciones sobre todo espirituales. El poeta abrazó la retórica mesiánica a través del regeneracionismo saudosista, pero también, como señala Moya, del nacionalismo y el culto al héroe, inseparables del discurso filofascista que en Portugal no sería ajeno a la instauración del Estado Novo. Desde los ochenta, han sido muchos los estudiosos que han convertido al poeta portugués en uno de los más traducidos e influyentes de su siglo, también entre nosotros. Leyendo sobre el sebastianismo, sin embargo, recordábamos las páginas que desde una sensibilidad muy distinta a la del biógrafo escribió al comienzo de esa década, con motivo del cuarto centenario de Camoens, Aquilino Duque, donde relacionaba la epopeya de Os Lusíadas con el Mensagem de Pessoa. Coincidimos con ambos, Duque y Moya, en un ciclo sobre el iberismo que organizó hace unos años otro poeta, José Daniel M. Serrallé, y animaba ver cómo dos escritores con ideologías y temperamentos tan diferentes, el uno orgullosamente reaccionario y el otro afecto al imaginario ácrata, debatían con rigor y cordialidad, desde posiciones seguramente irreconciliables pero cada uno desde su verdad, hermanados por la familiaridad con las voces y los mitos de la vieja Iberia.

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