Cádiz ha ahorrado miles de euros en limpieza, la ciudad se ha librado de toneladas de basura y los establecimientos hosteleros (verdaderos objetos de mimos en estos tiempos) han vendido el doble. Y no parece que nadie en la población haya echado mucho de menos las multitudinarias, ruidosas y sucias barbacoas que se han estado celebrando en la playa desde hacía décadas. A simple vista, todo parecen beneficios. Y ha bastado prohibir: una acción a la que todos los poderes, sean los que sean, se muestran alérgicos cuando se trata del circenses que acompaña al panem desde el principio de los tiempos. Nos asombraríamos de la naturalidad con que la gente se tomaría la suspensión de fiestas que ahora se consideran tradiciones inevitables. Como por ejemplo: esas sueltas de toros que tienen como único objetivo la tortura y la burla del animal para diversión de supuestos valientes.
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