Rey hay uno

Desde que el Rey abdica, el Rey reina. Menos fúnebre que la frase: "El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey!"

La opinión publicada y, a renglón seguido, la opinión pública han dado por buena la comidilla de que Juan Carlos I está molesto por no haber sido invitado a la celebración en las Cortes de los 40 años de las primeras elecciones de la democracia. Si así fuese, que no sé, demostraría un exquisito espíritu afín a Oscar Wilde: "Sólo hay una cosa peor que ser invitado: que no te inviten". Es la enunciación prodigiosa de una ley social que resulta humana, muy humana.

Otra cosa son los corolarios que los opinadores extraen. Insisten en que fue un error grave, porque el papel del rey emérito había sido principal (el rey como requisito sine qua non) en la Transición. Admitiendo lo segundo, no comparto lo del error. Sin duda, Juan Carlos I fue la pieza esencial de la Transición, y ahí queda eso (para que la Historia lo juzgue). Sin embargo, la Corona anula (y por eso pesa tanto) la personalidad. Se impone la institución sobre los personalismos. Los juancarlistas, que se decía, quizá no lo entendieron nunca bien del todo.

Desde el momento en que el Rey abdica, el Rey reina. Es una versión menos fúnebre (por fortuna) de la famosa frase: "El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey!" La Presidencia de una república permite un resquicio mayor a los protagonismos posteriores y, por eso, se hacen esas fotos con todos los ex presidentes de Estados Unidos. El Rey se subsume a la Corona, esto es, a sus antepasados y a la historia. Lo explicó muy bien Rafael Sánchez Saus cuando, para valorar la importancia de la presencia de Felipe VI en la celebración del 150 aniversario del Diario de Cádiz, recordaba que la unidad de España se forjó a impulsos reales y que el Rey representaba ese empuje milenario. Soberano no hay más que uno como no hay más que una soberanía nacional. Ni una ni otra singularidad deberían discutirse.

Tiene enormes ventajas institucionales. Así, la presencia de Felipe VI en las Cortes permitió proyectar hacia el futuro un acto que podría haberse quedado en lo memorialístico. Su ejemplo de servicio superior a la institución, absolutamente por encima de las coyunturas personales, es una llamada a la continuidad y a la pervivencia. Con un matiz de primera importancia: la meticulosa neutralidad política del Rey no le impide defender con claridad meridiana a la Constitución y a la nación española de sus enemigos declarados. Las saca del debate político. Las pone donde corresponde.

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