La sensación de tremenda pena por el hundimiento del pesquero 'Rúa Mar' y por la muerte de sus tripulantes dejó paso en cuestión de días a un sentimiento indescriptible de desazón al conocerse que el barco estaba siendo investigado por su posible implicación en redes de narcotráfico. No es momento de declarar culpable a nadie antes de que lo haga un juez, y habrá que esperar a que la investigación concluya. Pero sí conviene constatar el drástico giro que el alma dio desde aquel primer sentimiento de indignación por el suceso, que nos hizo recordar el cuadro 'Aún dicen que el pescado es caro' de Sorolla que describe precisamente la muerte de un marinero, hasta la sensación actual de engaño a nuestra solidaridad espontánea.

Escuché a amigos que, al oír las primeras noticias del naufragio, razonaban dejando de lado la razón al decir que comprendían que algunos se dedicaran al narcotráfico, comparando el dinero que dejaba la pesca con el que deja el hachís. Esos mismos me miraban consternados tras conocer los posibles motivos criminales por los que el pesquero trabajaba en condiciones tan adversas.

Numerosos analistas sociales han querido comprender que una gran cantidad de personas en la provincia se dediquen al negocio de la droga, teniendo en cuenta la falta de alternativas laborales o económicas. Y no puedo estar más en desacuerdo. Ante la pobreza, hay miles de alternativas que no implican necesariamente un delito que lleva la desgracia a tantas casas, incluyendo las del trabajo considerado denigrante. Ningún trabajo, regulado o no, es indigno. Lo que lleva aparejada la indignidad es siempre vivir a costa de otros o, peor aún, sin importar el daño de otros.

La necesidad debe servir de atenuante en la pena por ciertos delitos, pero lo que busca el que se dedica al narcotráfico no es salir de la pobreza o llevar a su casa algo que comer, sino el dinero fácil, el enriquecimiento si es posible. Otra cosa es que el reclamo sea irresistible. Ha habido dos salidas en esta tierra, que tiempos tan difíciles ha conocido y conoce: 'limpiar escaleras' en el caso de las mujeres, y "hacer chapuces" en el caso de los hombres. Obviando el tópico, las dos implican normalmente abusos y salarios míseros, pero difícilmente conllevan daños colaterales en personas no responsables de la situación del que la padece. Hay más de dignidad y de la honradez moral que el refrán atribuye al pobre en esas soluciones personales, que en la de convertirse en piratas arriesgando sobre todo los ojos, las piernas y los brazos de otros.

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