El alambique

Luis Suárez / Ávila

Peer en botija

HAY personas vanas e insulsas que no saben estar calladas ni debajo del agua. Apabullan todos los presentes y aun a los ausentes. Se hacen oír. Pero es que, a lo peor, lo que dice no merece ser oído/a. De esos charlatanes/as hay muchos/as. Son especímenes con vocación de epatar, épater au bourgeois que dicen los franceses. Hablar por hablar es rellenar, en vano, de vacío los tiempos de los demás y, en consecuencia, es cuestión de que alguien tenga la paciencia y la caridad de escuchar y sobresaltarse. Los/as hay que, en este mes agosto, lanzan su serpiente de verano. Son exhibicionistas osados e impúdicos de sus carencias. Tienen su ratito de gloria. Se glorían y refocilan porque han dicho su parida que atruena el aire como un tabucazo naranjero y, si te vi no me acuerdo. Y hasta la próxima. Un trabuco naranjero de los que usaban los bandoleros románticos tenían las balas del tamaño de una naranja toronja. Pero era más el ruido que las nueces. La verdad es que hay gente que lo que quiere es hacer ruido, porque es que no tiene nada que decir. Lo mismo podrían estar en un feria rifando muñecas chochonas, que de parlanchín vendiendo en un tenderete cuchillas de afeitar. Piden silencio y atención porque van a contar su película de miedo. Pero la película, ni es película, ni el miedo asusta a nadie. La cuestión es peer en botija para que retumbe. El objeto de sus peroratas y prédicas es hacerse notar. Aquí estoy, cuidado, que aquí estoy yo, piensan. Y, dicho y hecho: arremeten, se engallan, se embalan, chillan, gesticulan. Pero tienen un escaso recorrido. Cuando ya, cíclicamente, se manifiestan, pensando que ha llegado el momento para volver a dejar de ser nadie, vuelven a las andadas. Arremeten, se engallan, se embalan, chillan y vuelven a gesticular de nuevo. Y otra vez un ratito de gloria y hasta nueva orden. Se habla de ellos/as dos días y cae luego sobre ellos/as una negra nube de olvido. Y eso es lo que más les duele. No ser nadie. Ni siquiera figurantes de comedia. Se ningunean a sí mismos con la falta de rigor y de pudor verbal. Pero nunca caen en la cuenta. Para quien no tiene nada que decir, la mejor receta es aprender y aprender a escuchar. El silencio enriquece. Pero es que, además, el hombre -y la mujer- es esclavo de sus palabras y dueño y señor de sus silencios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios