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La Pasión

Los pasos de Semana Santa son tan necesarios porque avanzan a contracorriente de nuestra sociedad indolora

No estoy viendo la película La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Ya la vi en 2004 e imprime carácter indeleble, como hacen algunos sacramentos que se reciben una vez en la vida. La está viendo mi hijo, pero, mientras escribo, la escucho –con frecuencia chasquidos de horribles risotadas–. Es una película durísima, pero menos de lo que fue la muerte de Jesús según todos los indicios históricos y el testimonio de la Sábana Santa.

Se ha protestado de la crudeza de esta obra de Gibson, como no se hace contra tantas series muchísimo más gore. Esa desigualdad de trato demuestra que hay algo en la cinta que trasciende la ficción. También se empiezan a oír protestas por las figuras de la Semana Santa, que representan, evidentemente, la tortura y el martirio de un hombre justo. Un recuerdo a todas luces desagradabilísimo, advierten.

A los que protestan les entiendo. Sin fe en la resurrección, es imposible resistir el recuerdo. A los católicos nos sostiene el maravilloso spoiler del Domingo de Resurrección. Lo dijo una saeta de Pedro Muñoz Seca que me recito a menudo estos días: “Virgen de la Macarena,/ ponte la cara bonita,/ que ya sabemos to er mundo/ que el Domingo resucita”.

La resurrección no le resta hierro a la pasión, mas le da un sentido. De paso, la pasión nos sirve para recordarnos que existen el mal, el dolor y la muerte; y que habremos de lidiar con ellos. Jesús lo hizo antes y, sobre todo, nos abrió la senda de una resurrección que permite poner la cara más bonita que seamos capaces.

También la sociedad terapéutica en la que estamos ingresados tiene gran interés en que no veamos ni La Pasión de Mel Gibson ni los pasos por nuestras calles. Es un interés doble. Primero, porque nos recuerdan la existencia del dolor que el terapeutismo quiere erradicar a toda costa de nuestro horizonte –lo consigue sólo a medias y a un precio muy alto– y porque nos promete una esperanza que está por encima de toda pastilla, placebo, eutanasia o sesión psicológica.

Entendemos estas reticencias postmodernas; pero, por eso mismo, conmemorar una vez al año la pasión del Señor y recordarla todos los viernes del año nos hace muchísima falta. Hoy, en mi hermandad de la Amargura, y todos los días de esta Semana Santa, pensaremos que acompañamos a Jesús y a su Madre, pero son ellos los que no nos dejan de su mano. Tenemos que llegar hasta el domingo de Resurrección y no llegar. Llegar siendo otros.

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