Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Palíndromo mexicano

EL mismo domingo que Hugo Sánchez debutaba como entrenador en el fútbol español en el que durante cuatro años consecutivos fue su máximo goleador, el Logroñés saltaba al terreno de juego con nueve jabatos, justamente nueve, el número que inmortalizó a Hugo cuando ese guarismo acreditaba al delantero centro, y evitaban así el descenso de categoría. Hugo debutó en el banquillo del Almería contra el Betis; el Logroñés juega en el decimosexto grupo de la Tercera División y sus jugadores llevan varios meses sin cobrar. Recuerdos de carruseles de antaño. ¡Gol en las Gaunas! Incluso el aficionado más avezado se sorprenderá de esta asociación entre el futbolista mexicano y el equipo donde en tiempos gloriosos jugaron Quique Setién, Ruggeri y Gabino Rodríguez. Hugo reivindica la patente de la voltereta con la que festejaba cada gol, alarde gimnástico que antes que él ya practicaba Guillermo el Negro en el equipo del Polígono San Pablo donde empezaba a despuntar un tal Rafael Gordillo.

Lo que nadie le puede discutir a Hugo Sánchez es la autoría del palíndromo balompédico. El palíndromo es la figura gramatical que mejor condensa la trayectoria vital de una persona: seremos lo que fuimos. A Hugo Sánchez le preguntaron por el gol del que guardaba un mejor recuerdo y, ante el asombro de reporteros que le habían visto batir a los mejores porteros del mundo, dijo que él enmarcaría, nunca mejor dicho, el que le enmarcó al Logroñés. A renglón seguido, invitó a los periodistas a escribir del revés el nombre del equipo riojano que ahora es un campo yermo: Señorgol. No cabe mayor honor.

Se acaba de conmemorar el cincuentenario de la revolución cubana con la revisión de la iconografía de Alfredo Guevara. Mi infancia, disculpadme, son más recuerdos del Elche que de El Che. El equipo ilicitano era una sorprendente tercera vía del fútbol español. El Che era un Lenin pintado por Frida Khalo que compartió con Marilyn el privilegio de compartir miles de altares domésticos, divinidades de buhardilla y patatas bravas, mártires deudores del anti-Dhüring y los colegios mayores. El Che permanecía inédito en mi devocionario, que ya rendía pleitesía a esa franja verde horizontal en una ciudad ignota de historia cartaginesa, palmeras y fiestas de moros y cristiano. El Elche de Ballester, Canós y Llompart, de Lico, Asensi y Marcial. De Pazos y Blas en la portería, motivo por el cual mi hermano Blas se hizo del Elche antes de flirtear con el leninismo barbilampiño de la Joven Guardia Roja.

Blas cambió Lenin por Lennon y se olvidó del Elche. Ese póster glorioso que me ha revivido la revolución cubana y tu divina presencia, comandante Che Guevara.

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