Yo te digo mi verdad

Pagar menos

Me asombra esa, parece que a ratos bastante loca, carrera por las bajadas de tributos en las autonomías de unos y otros

Se ausenta uno un mes y te cambian el panorama. El PP ha empezado a cumplir sus promesas electorales en Andalucía y ha bajado los impuestos… a los que más tienen. Es verdad que parece que va a suavizar también sus exigencias a los que casi nada tienen, y que nada va a cambiar para el gran grupo que sostiene a las sociedades en todo el mundo, ese gran colectivo de nóminas medianas que no pueden escapar del control y que hacen posible que lo que va quedando del Estado de bienestar se mantenga en funcionamiento.

Me asombra esa, parece que a ratos bastante loca, carrera por las bajadas de tributos en las autonomías de uno y otro signo que, por otra parte, no dejan de exigir al Estado más dinero. Dinero que viene precisamente de lo que la Administración central recauda con sus impuestos. Quiero suponer que los cerebros de los que están tomando esas decisiones están bien informados y saben lo que hacen, que la proximidad de tantos acontecimientos electorales no está nublando su obligada capacidad de previsión de tiempos que pueden ser aún más difíciles que los actuales. Quizá soy demasiado bien pensado.

En esto de los impuestos, se nos olvida muchas veces que la riqueza del Estado es la única que compartimos entre todos, mientras que los patrimonios personales se manejan al capricho, necesidad o interés de sus propietarios y que a más riqueza individual más egoísmo de sus poseedores, esa clase a la que nunca asustó mucho la amenaza de la dificultad de pasar por el estrecho ojo de una aguja. De todas formas, esos siempre pudieron pagar su ensanchamiento con dinero.

Comprendo muy bien que los que más tienen (y por tanto más anhelan) aplaudan la supresión de los bocados, o más bien pellizcos, a su fortuna. Es menos comprensible, sin embargo, el apoyo por parte de la mayoría contribuyente, como no sea que albergue también la esperanza de un improbable ascenso al mundo de los privilegiados económicos. Como es igual de asombroso que los partidarios y predicadores del rigor inflexible en las normas morales, sociales y políticas a la más antigua usanza sean los mismos que jalean festivos la anarquía en lo que se ha venido en llamar economía. Será que saben que, en una competición libre en la que coge cada uno lo que pueda, ellos y los suyos siempre tendrán las manos más largas.

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