Monarquía y unidad

La unidad de España se hizo en el tálamo si se quiere, no en los campos de batalla

Desde 1996 y hasta que el Covid lo impidió, la Real Maestranza de Caballería de Sevilla organizó, con la brillantez que caracteriza sus actos, un ciclo anual de conferencias sobre historia de España, la monarquía, la nobleza y las elites que pronto ganó renombre. Este año ha vuelto por fin el ciclo con el sugerente y oportuno título de La Corona y la unidad de España, para estudiar tres etapas de esa relación casi metafísica: Edad Media, dinastía de los Habsburgo y periodo borbónico hasta el siglo XIX. Ello ha permitido y aún permitirá, pues hoy jueves se celebrará la última de las tres conferencias programadas, preguntarnos qué debe la unidad de la nación a la acción de sus reyes. Del interés suscitado por este tema, que hoy por hoy trasciende lo académico, habla que la gran sala de Carteles de la Maestranza se haya visto abarrotada por un público que, en parte, ha tenido que seguir en pie las charlas.

Debo a la generosidad del director del ciclo, el catedrático y académico Ramón Serrera, haber podido desgranar ante ese público numeroso y expectante, el complejo proceso de recomposición paulatina de la unidad hispana, con toda clase de avatares disgregadores por medio. Me limitaré a señalar dos hechos que a menudo se olvidan: la sucesiva unión de los distintos reinos cristianos nunca fue a través de guerras de conquista, siempre mediante pacíficas uniones dinásticas: Aragón y Barcelona en 1137; Castilla y León en 1230; Aragón y Castilla en 1469. La unidad de España se hizo en el tálamo si se quiere, no en los campos de batalla -naturalmente, esto no reza frente a moros- y por ello, segunda cuestión, las mujeres, herederas y reinas propietarias de sus coronas, fueron coprotagonistas esenciales. Ambas características de la unidad española son excepcionales entre los grandes países europeos, necesitados de duras guerras de conquista para alcanzar ese resultado: Los nombres de Escocia, Irlanda, Gales por un lado, Languedoc, Flandes o Bretaña por otro, son harto elocuentes, por no hablar de las guerras decimonónicas en Italia y Alemania hasta lograr su unidad nacional. Desde luego, no todos los reyes medievales españoles apostaron por ir tejiendo las condiciones que posibilitaron las uniones dinásticas, pero no puede dudarse de que, entre tantas dificultades, una cierta idea de España aleteó siempre para acabar conformando un nuevo sujeto histórico, la Monarquía Hispana o, más propiamente, Española, de cuyas rentas aún vivimos.

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