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Moderado Trump

Ahora es estupendo que se modere Donald Trump, pero no lo es que tenga que moderarse ahora

De golpe, me veo celebrando como el que más el cambio en el tono de Trump, tan conciliador como para agradecer a la misma Hillary, a la que ayer no más quería encarcelar, los servicios prestados. Y está bien que Donald Trump suavice su mensaje, claro, aunque espero que sepa distinguir entre lo peor y lo elimine y lo bueno y se mantenga firme, por ejemplo, en su defensa de la vida. Lo cortés no quita lo valiente.

En campaña tenía que haber sido al revés: lo valiente no debería haber quitado lo cortés. Ahora es estupendo que se modere, pero no lo es que tenga que moderarse ahora. Porque deducimos, entonces, que estuvo echando carnaza sensacionalista a los electores para agitar la campaña, a sabiendas de que eso moviliza los ánimos y, por tanto, los votos. Se adivina en ello un sutil (pero burdo) fin que justifica los medios. Para ganar las elecciones, se fomenta lo más zafio del gentío, sabiendo que esa apelación a los instintos básicos acabará resultando muy rentable en las urnas. No soy tan ingenuo como para pensar que el único que hace esto es Donald Trump, qué va, pero él lo ha hecho de forma evidente y eficaz y, además, es a él a quien le celebramos su repentina moderación.

Esta jugada tiene sus peligros. Por un lado, decepcionar a los partidarios fervientes cuando uno echa el freno de mano. Por otro, que se queden enardecidos más allá de lo razonable. Y dejar a los ofendidos permanentemente suspicaces. Son, con todo, males asumibles que, con una buena dosis de mano izquierda y de equilibrios pragmáticos, pueden remediarse.

Me preocupa más la concepción del hombre y de la sociedad que subyace a tales comportamientos. ¿No es posible ganar unas elecciones dirigiéndose al público con mesura e inteligencia, como en una conversación entre adultos, con la verdad por delante? Si luego, en el gobierno, uno va a bajar las revoluciones del motor, ¿por qué no explicarlo serenamente antes? No lo digo, entiéndanme, porque crea que haya que aguar la firmeza de unas convicciones, sino por todo lo contrario. Está la tentación de que, una vez que se modula el tono, se abandonen, de paso, los principios que se defendían con excesivo desafuero, confundiendo la forma y el fondo. Si el tono no fuese tal que luego hubiera que sofocarlo, el electorado estaría más seguro de que las promesas más serias (que también serían menos) se cumplirían después sin titubeos ni modificaciones.

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