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Martínez Ares es taurino

Martínez Ares debiera saber que, antes que él, la crítica a lo taurino ha sido una constante en la historia

Antes de publicar mi ensayo sobre la tauromaquia en la cultura pop, dudé hasta última hora si mencionar a grupos o canciones críticos con la Fiesta. Finalmente opté por incluirlos, y una de las principales razones fue su presencia constante a lo largo del tiempo, de tal forma que la fiesta de toros no se entiende en toda su dimensión sin esa protesta que últimamente ha cobrado más vigor por el protagonismo de colectivos ecologistas que tan buena acogida han tenido en la nueva izquierda. ¿Hay algo más taurino que un antitaurino?

La semana pasada en el Falla, la comparsa La Oveja Negra del afamado Antonio Martínez Ares interpretó un discutible pasodoble con contundentes proclamas contrarias al toreo y su entorno, siempre naturalmente desde la perspectiva personalísima del autor, que como era de esperar no han pasado desapercibidas. Así, desde la trinchera taurina hemos podido leer calificativos como comunista (sic), mediocre o mal poeta. Dejando por sentado lo primero, yo sin embargo no veo lo de mediocre sino todo lo contrario, y tampoco estoy de acuerdo en lo de la poesía, entre otras cosas porque no lo es, ni malo ni bueno. Hay una cierta inclinación a meter en la categoría de poetas a juglares y cantautores de éxito cuando en realidad no lo son. La poesía, y eso es algo que suele repetir Joaquín Sabina, quizás el eslabón más cercano (con el que, por cierto, ha tenido el privilegio de colaborar Martínez Ares), tiene su propio ritmo y proceso de composición, que no tiene por qué coincidir con los de la canción popular, aunque se le parezca.

Volviendo a la letra de la comparsa, Martínez Ares, al que tengo por un hombre culto, debiera saber que, antes que él, la crítica a lo taurino ha sido una constante en la historia, siendo secularmente sus enemigos más feroces la Iglesia de Roma con su Papa al frente, los prebostes del despotismo ilustrado o los nobles que vieron fenecer su protagonismo con la irrupción del toreo a pie. Al contrario de lo que sugiere su copla, si todavía hoy podemos ir a una plaza de toros es porque fue el pueblo llano el que la tomó como cosa propia, el mismo que vio en el torero al héroe popular, aquellos que eran capaces de empeñar sus colchones para ver en vivo a Joselito y Belmonte, ese mismo que sigue ahí aunque por lo visto sea cosa de fachas. Y, dicho esto, larga vida al Carnaval, a la comparsa ganadora de Martínez Ares… y a la fiesta de toros.

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