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Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Inútil Tercera España

El término igualdad se ha proyectado sólo sobre las asimetrías, ciertas, de nuestra Constitución territorial

Se ha anunciado la creación de un partido socialdemócrata de fuertes convicciones antinacionalistas. En España hemos constatado que todo movimiento que nace del mero antinacionalismo vasco y catalán es incapaz de ofrecer una idea viable de nación española y como tal perece. En todo caso, ahora se apela a la Tercera España, una noción literaria con connotaciones sentimentales, pero también inútil y disfuncional desde un punto de vista puramente político. Con la Tercera España se invoca la razón pública, una neutralidad por encima del vil juego de política y, además, en este caso, una preocupación socialdemócrata por la igualdad de los ciudadanos. La veracidad de esta propuesta, ciertamente, sería más fácil si quienes conforman su núcleo promotor hubieran dedicado estos años un esfuerzo, un activismo, si quiera una mínima atención, a través de sus altavoces mediáticos, a cuestiones como, por ejemplo, la pauperización de los servicios públicos, el acceso a la vivienda de los jóvenes o la pérdida de poder adquisitivo de los salarios. La realidad, sin embargo, es que el término igualdad se ha proyectado sólo sobre las asimetrías, ciertas, de nuestra Constitución territorial, obviando, eso sí, las propias de la capitalidad, es decir, las de la Comunidad de Madrid, donde, por otro lado, la Presidenta, que denuncia la justicia social como un cuento de perdedores, ha disfrutado del apoyo público de algunos de estos socialdemócratas menos preocupados por la equidad que comprensivos con los equivocados, pero patriotas, líderes del partido reaccionario español. Por otro lado, esa neutralidad de la razón, esa concordia que se predica de una Tercera España ajena a la dialéctica odiosa de las otras dos es de por sí sospechosa. Y digo esto no sólo porque el adjetivo iracundo haya sido lugar común en los adalides de la propuesta, sino porque el planteamiento con el que se juega, queremos una España razonable y moral por encima de las identidades que –no busques más que no hay– somos nosotros, denota, en el fondo, además de una incomprensión de la política, que se mueve en el mundo de la contradicción, un desprecio radical a ese país supuestamente irracional y cainita que encarnarían los partidos que integran las dos Españas machadianas. La Tercera España, en definitiva, es aquí una escapatoria narcisista para esquivar la compleja tarea de la unidad que insiste en una perversa idea numérica del país, guerracivilista al fin y al cabo, añadiéndole ahora una tercera unidad para que el corazón nos lo hielen, que diría el gran Daniel Gascón, las tres.

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